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Mamaguevo.

Eso era lo único que pasaba por mi cabeza desde hace dos días cada vez que escuchaba el nombre del señor Park o que lo recordaba. No nos habíamos visto. Él evitaba estar en el mismo lugar que yo y lo notaba por los comentarios de mi abuela al decirme que debía irme de algún sitio de manera repentina, lo que me daba como conclusión de que él me evitaba por lo que había pasado y me parecía la cosa más infantil y ridícula del planeta.

Y eso que yo soy una persona infantil y ridícula.

Odiaba esas personas que para decirte que estaban arrepentidos de sus acciones desaparecían, como si no pudieran enfrentarte y decirte la verdad a la cara.

Repito, el señor Park Jimin es un mamaguevo.

Bufe y seguí sacando la nueva vajilla de las cajas misteriosas de hace días con Pinky a un lado ayudándome con su cola a sacar las copas de cristal nuevas y reemplazarla por las viejas. Seguía opinando que era demasiado para una simple reunión familiar.

En cuanto a mi relación con Pinky, habíamos hecho las paces y ahora el perro dormía conmigo todas las noches y a veces, en mis tiempos libres, jugábamos en el jardín. Podía decirse que comenzábamos a querernos aunque de vez en cuando me bufaba por mis torpezas, eso podía reprochárselo, yo a veces también me avergonzaba o me molestaba por mis propias acciones.

Esa mañana había ido una costurera para entregarnos una ropa especial para la noche de la reunión, es decir, mañana. También le entrego un traje al señor Park, pero no pude ver cómo era porque ella se encerró con él en su despacho y no salió hasta media hora después. Eso me hizo fruncir el ceño. ¿Acaso cualquier mujer era capaz de entrar allí?

Ahora lo celaba...iba aumentando en mi nivel de enamoramiento infantil.

Por otro lado la vida de mi familia en Caracas estaba bien, había recibido mi primera remuneración desde que llegue y envié parte del dinero a ellos para que estuvieran un respiro de la vida allá. No era un secreto que vivir en Venezuela era algo cuesta arriba, sobre todo cuando eres de una familia promedio, pasando por la etapa estudiantil y tus padres siendo mayores con solo una pensión y algo que ganaban de un pequeño negocio de helados que tenían, y uno de tus abuelos enfermo de cáncer.

Por eso mismo había dejado la universidad por un periodo de tiempo, necesitaba a ayudar a mi familia, sobre todo a mi abuelo, el padre de mi madre. Nadie quiso que lo hiciera, mis padres eran muy orgullosos y no le veían la lógica a que yo siendo su hija tuviera que trabajar porque ellos eran incapaces de mantenernos siendo dos personas graduadas y haber tenido una gran carrera profesional en el área de economía. Por esa misma razón no aceptan el dinero de mi bisabuela Roberta, pero después de una charla emotiva con ellos me dejaron marcharme con la condición de que volvería para el semestre que viene.

Recordé una de las fotos que me habían mandado esta mañana, donde estaban ellos: mis padres y hermano, llevando a mi abuelo a Colombia para poder pagar su tratamiento. Sonreí.

Mi esfuerzo, dolores musculares, mis molestias y tristezas constantes por las noches por extrañarlos estaban valiendo la pena. Podía aguantar lo que sea con tal de ayudarlos y ver esas sonrisas un poco más.

— ¿Cuándo me vas a responder?

Me gire a ver a mi bisabuela sin entender. No le había prestado nada de atención mientras tomaba las cajas vacías y pensaba llevarlas a la parte trasera de la casa donde había un gran cubo de basura, que hasta el sol de hoy no sabía quién se encargada de vaciarlo en las madrugadas.

— ¿De qué hablas?

Ella levanto la ceja mientras arreglaba una de las bandejas para llevarla al despacho del señor Park. Era media tarde y él no había bajado a almorzado, así que ella iba a hacerlo entrar en razón, aunque con la mirada de mi abuela sabía que a mi jefe le iba a caer un regaño abismal.

En tus venas (Saga Paranormal #5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora