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El uniforme definitivamente lo había escogido un hombre, porque tener un vestido negro ancho que llegue hasta los tobillos y que pese más que yo... ¡No es cómodo! Y mucho menos para limpiar, eso sin estar contando con los zapatos duros y con un pequeño tacón que a la media hora tuve que quitármelos a escondidas de mi abuela por el dolor de mis pies. Además de eso, debía aguantar a Pinky detrás de mí ¡Para todos lados! Ese perro no paraba de gruñirme cada vez que algo se me caía o me resbalaba, como si me odiara por ser torpe.

<<Pues, ¡yo lo odio por ser gruñón y horrendo!>>

Mi bisabuela y el señor Park me habían dicho que el perro fue rescatado de un laboratorio de experimentos hace años y por eso lucia de esa forma.

¿Me lo creí? Pues no tenía de otra, tenía al perro a un lado como para decir que era mentira y no tenía otra explicación que tuviera sentido.

<<como si lo de los experimentos fuera algo cotidiano. >>-pensé de manera sarcástica.

Esa noche la cosa estuvo extraña y más al comprobar que debía dibujar un croquis para no perderme en ese castillo, era enorme y con demasiados pasillos y habitaciones vacías.

Según mi bisabuela, allí vivían el señor Park junto a varios de sus hermanos, pero estos últimos se habían ido por un par de días y no pregunte nada al respecto a pesar que recordé al hombre de ojos rojos que me mordió... bueno que imagine que me mordía, porque no tenía marcas de ningún tipo en mi cuello y nadie me decía nada al respecto, como si mi historia de ese hombre fuera una historia de niños. Prefería pensar eso y no creer que era tan real como Pinky.

Limpie una parte del vestíbulo que tenía estatuas de mármol blanco alrededor y algunas macetas con plantas.

Cuando termine ya había anochecido y me fui a la cocina, que agradecía que fuera completamente moderna, con mi abuela, pero me sorprendí cuando solo cocinamos para nosotras dos.

— ¿Y el señor Park? —pregunte curiosa. — ¿Él no come?

—No, no come mucho.

Bufé.

— ¿Qué? ¿Está a dieta? —dije algo burlesca, pero con la mirada de mi abuela me dijo que no dijera eso.

Cocinamos en silencio y luego comimos en el mismo plan. Me era incomodo comer en una mesa pequeña a un lado de la cocina, pero no dije nada. No quería decirle a mi abuela que siempre comíamos en una mesa y hablábamos hasta aburrirnos cuando estábamos en familia, pero parecía que allí se debía hacer mucho silencio a pesar de que era un castillo como para perderte. Además me parecía tonto comer allí, en una mesa tan reducida incluso para nosotras dos, cuando había un comedor enorme justo en la sala contigua que no estaba siendo usado por nadie en ese preciso momento.

Al terminar mi abuela me dijo que podía ir a mi habitación después de lavar los platos y los acomodara como me había indicado antes. Asentí.

— ¿A dónde vas?

—No me siento bien, voy a dormir.

No me dejo decir nada más porque se había marchado de la cocina y me dejo sola con Pinky, que estaba rascándose una de las orejas.

Deje todo limpio en la cocina y tuve que revisarlo dos veces para cerciorarme que lo había hecho bien y no había olvidado nada, pero entonces Pinky me gruño y vi las tres cabezas con un cuenco en la boca que decía agua en alemán... o al menos lo poco que sabía del idioma me indicaba eso.

Mi abuela no me había dicho nada sobre cuidar al perro, pero no tuve corazón para no limpiar los tres platos de plástico y ponerle agua fresca. Se los deje en una esquina y lo vi tomando agua por unos segundos para luego verlo ponerse a mi lado.

En tus venas (Saga Paranormal #5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora