d i e c i o c h o

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Para ser de último modelo, el auto en el que vamos en dirección a la casa del mismísimo Tony Stark, es bastante incómodo y mi trasero está de acuerdo conmigo

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Para ser de último modelo, el auto en el que vamos en dirección a la casa del mismísimo Tony Stark, es bastante incómodo y mi trasero está de acuerdo conmigo.

Jamie está sentado a mi lado derecho, y tiene la mirada pegada en la ventana. Scott está sentado a mi izquierda, y conversa conmigo sobre cualquier cosa que se le viene a la cabeza. El paisaje. Las vacas en algunos pastizales a los lados de la carretera. Las estaciones de servicio.

Cuando digo cualquier cosa, me refiero a cualquier cosa. Aunque no lo culpo, Scott tiene la mala costumbre de hablar hasta por los codos.

Lo que es bueno, considerando la tensión en el ambiente.

Yo me limito a contestarle en monosílabos para animarlo a seguir hablando. Al menos su voz sirve para llenar el silencio que parece posarse sobre nosotros como un fantasma.

Natasha va de copiloto, cambiando las estaciones de radio cada diez segundos.

Y Steve va detrás del volante.

Estaría mintiendo si dijera que no he estado mirado el espejo retrovisor durante minutos sin pestañear con la leve esperanza de encontrarme con sus brillantes ojos azules y regalarle un silencioso lo siento.

Lo cual no tiene sentido.

Lo sé.

Pero soy demasiado cobarde para abrir la boca y decirlo con palabras.

—¿Cuánto falta? —pregunta Scott pasando por encima mío para asomar la cabeza hacia adelante y quedar a la misma altura de Steve y Natasha.

Mi cuerpo se ve apretujado contra el de Jamie. Él sonríe y pasa unos de sus brazos por sobre mis hombros.

—Un rato más Scott —masculla Natasha cambiando la estación nuevamente—, y ponte el cinturón.

—Ah, yo, sí... lo siento —responde Scott volviendo a acomodarse en su lado de asiento.

—¿Cómo vas? —pregunta Jamie acercándose a mi oído.

La noche anterior lo obligué a dormir en una de las tantas habitaciones de invitados en la base, con la excusa de que es demasiado pronto para que compartamos una habitación. Al comienzo pensé que pondría resistencia, me diría alguna excusa de que necesitamos reconectar, conocernos nuevamente, pero para mi sorpresa él no me dijo absolutamente nada. Se limitó a sonreír y decir que a todo lo que yo decía. Tomó su bolso y lo arrastró por los largos corredores hasta la primera habitación vacía que encontré para que pudiera dormir. Y tampoco se quejó cuando trató de darme un beso de buenas noches en los labios y terminó aterrizando en mi mejilla.

Y esta mañana, cuando me desperté con un jaqueca atormentando mi cerebro, Jamie estaba preparando mi desayunado favorito en la cocina.

—Estoy bien —respondo en un susurro y los labios de él se posan sobre mi sien dejando un suave beso.

carry on | steve rogers | TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora