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Riley vuelve a casa más temprano de lo que pensé que lo haría.
Y vuelve completamente sola.
Ella se queda de pie bajo el umbral de la puerta de la cocina. Estamos todos sentados alrededor de la mesa comiendo pizza, Thor bebe cerveza y Nat ríe de algo que Scott dijo. La cocina es un desastre, hay cajas de pizza a medio comer sobre los estantes, platos sucios en el lavabo, casi una pila de estos, servilletas en el suelo, un pequeño charco de gaseosa que Thor tiró sin querer un par de minutos atrás.
—Riley —digo y todos cierran la boca para voltearse a verla—. Te guardé un trozo de pizza...
Ella niega con la cabeza rápidamente.
—No tengo hambre —dice agitando una de sus manos—. Iré a dormí, los veo mañana.
Riley se despide y desaparece al otro lado de la puerta, en la oscuridad del corredor.
Natasha se limpia los labios a mi lado con una servilleta y luego me mira expectante. Yo me aclaro la garganta sin saber muy bien que hacer.
¿Debería seguirla?
¿Debería preguntarle qué le ocurre?
¿Por qué llegó tan temprano?
Y lo más importante, ¿por qué llegó sola?
—Ve —dice Scott—. Nosotros te esperamos aquí.
Me pongo de pie con rapidez y salgo de la cocina casi corriendo, Natasha ríe a mi espalda pero la ignoro.
Encuentro a Riley en el corredor que da a su habitación, las luces en las paredes están apagadas y ella avanza por la oscuridad, sus tacones resonando en las baldosas del suelo.
Considero llame su nombre, pero ella entra a su habitación antes de que pueda hacerlo.
Una vez que llego a su puerta, me encuentro a Riley arrodillada en el suelo, hurgueteando en su armario. Los tacones permaneces olvidados en el suelo a un lado de la cama, su pequeño bolso negro a un lado de estos.
Al parecer ella no se da cuenta que estoy aquí, porque sigue escarbando en los cajones de su armario sin voltearse a verme.
—¿Riley?
Ella suelta un suspiro y se congela por medio segundo, pero no se voltea a verme.
—¿Estás bien? —pregunto cruzándome de brazos y apoyando mi costado izquierdo en el umbral de la puerta. Ella no se voltea a verme, en cambio continúa escarbando en el cajón como si esté no tuviera fin.
—Estoy bien, Steve. No tienes de que preocuparte —masculla ella entre diente.
Riley deja de buscar en el armario, saca lo que parece ser una botella de vidrio no más grande que el porte de su mano y endereza la espalda volteándose a verme.
