Supongo que se preguntarán qué pasó con todo lo que sentía por Daniel... ese gran amor que creció en mi cual enredadera que de un día para otro decide apoderarse de la barda de una casa, embelleciéndola, haciendo que ya a nadie le interese cuán magnífica fue antes de que aquello le sucediera, pues nada logrará superar la arquitectura artística de la naturaleza... Aquel gran amor que estuvo a punto de unir mi vida con la de otra persona... bueno, antes de que esa persona decidiera matarme.
Me encantaría decir que en cuanto ante mi se bifurcó una nueva oportunidad para hacer todo de nuevo, acomodé todos aquellos sentimientos en el cajón del olvido, que después lo cerré y que nunca más volví a abrirlo.
¡Ah, como me encantaría!
Pero no puedo... No. Porque la naturaleza de nosotros los humanos no es tan sencilla. Nos encanta abrir una, y otra, y otra vez, todos esos cajones llenos de cosas que debimos haber quemado hace mucho, mucho tiempo.
Nos encanta lamer nuestras propias heridas, porque de alguna forma es una manera de reencontrarnos, de no olvidar quienes somos y de dónde venimos, y de decidir hacia dónde vamos.
Porque olvidar lo que sea, bueno y malo, es también olvidarnos a nosotros mismos. Y yo me rehusaba a olvidar quien era... quien había sido.
Porque a esa Helena... a esa Helena muerta.
A esa Helena fracasada.
A esa Helena inocente.
A esa Helena rota... yo le debía todo.
Y olvidando quién habida sido y lo que había sentido no era una forma de honrarla. Porque la única forma de encontrar una paz genuina es teniendo la paciencia suficiente (o sacándola de donde haga falta) para digerir aquel montón de mariposas tóxicas que revolotean sin cesar en el estómago, cortándolo todo con sus alas... Aquellas hijas del amor no correspondido.
Porque no existen las medicinas.
Porque si las vomitas no habrá transformación y si no hay transformación no aprenderás nada... y yo necesitaba aprenderlo todo.
Así que sí... no bastó con que me matara para olvidarlo.
No bastó con que destrozara mis brazos.
No bastó con su burla hacia mis padres.
No bastó con su ridículo método por deshacerse de toda evidencia.
No bastó con nada porque me rehusé a vomitar las mariposas.
Me encontré a mi misma llorándole en secreto por las noches, me encontré dibujando su cara detrás de mis libretas para rayarla furiosa después, me encontré escribiendo su nombre una y otra vez a lado del mío para después asquearme, me encontré frenándome a mi misma ante la idea de buscarlo y saber qué era de él, qué hacía y quién había sido antes de mí.
Me encontré haciendo un montón de cosas incomprensibles... pero las hice hasta que ya no tuve motivo ni interés por hacerlo más, las hice hasta el hartazgo, las hice como la primera vez que mi padre me regaló una enorme bolsa de chocolates y comí tantos de ellos que después de aquel día no volví a comerlos nunca más, solo que en esta ocasión en vez de hacerlo en una tarde me tomo casi una década.
Recuerdo muy bien un día, a mediados de tercero de primaria, era San Valentín.
Argelia aún hacía todo lo que estaba a su alcance por evitarme. Y yo que nunca he sido precisamente social, tampoco había encontrado la forma de acercarme.
Y como buen 14 de febrero, el resto de mis compañeros juraban que sabían qué era el amor mientras dibujaban y recortaban grandes corazones de cartulina roja para después pegarlos en la puerta de nuestro salón, no sin antes haber escrito un mensaje oculto detrás, con la esperanza de que la perfecta y las consagradas no se dieran cuenta.
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El día en que mi reloj retrocedió [Completa✔️✔️]
Fantasy¿Qué harías si un día lograras regresar tu vida desde el principio? Helena Candiani pudo hacerlo. No sabe cómo lo hizo ni si es capaz de hacerlo de nuevo... tampoco si fue un evento fortuito o si fue provocado por algo o alguien. Pero hay algo de l...