39. Alyeska Bélanger

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***Advertencia: Este capítulo contiene descripciones bastante sangrientas y explícitas, así que sí eres de estomago sensible, te recomiendo que no estés comiendo nada y que jales al osito al que más confianza le tengas***

"¿Cómo quieres que actúe una bestia que ha tenido sed durante toda su vida? ¿Piensas que va a encariñarse con el primer charco que le dé de beber? Ni siquiera va a recordar si el agua era dulce, salada o incluso un montón de lodo fétido y repulsivo. Se llama instinto Candiani, y no es más que un impulso animal orillándolo a beber hasta calmar sus ansias. La diferencia es una sola, pero pesa como si fueran diez, porque aquí todos somos bestias, pero yo nunca he tenido cadenas que me hayan privado del agua y sé que tú tampoco"

—Cuervo.

No sé cuánto tiempo estuve escondida dentro del closet, pero se sintió como si fueran horas, porque incluso cuando traté de moverme, me traicionaron las rodillas por la falta de circulación en mis piernas y estuve a punto de caer sobre mi trasero.

Ellos, en cambio, no tardaron en salir, cinco minutos después del sacerdote a lo mucho... Se fueron todos juntos, en un silencio extraño, como si estuvieran demasiado acostumbrados a cuidarse las espaldas entre sí, porque pude percibir ese clásico aire que solo existe cuando se trata de cómplices. Pero no de cualquier tipo de cómplices... del tipo que esconde algo turbio, oscuro y prohibido, algo que más les vale mantener oculto bajo la tierra porque seguramente va dentro de un féretro. Porque sí, el vínculo que existía entre esos tres apestaba a muerte, y puede que no solo a una.

Verónica había tomado a Alan de la mano y él la había seguido como si fuera un cachorrito dócil y sumiso, pero con una expresión indescifrable y hermética, como si fuera un maniquí, sin una sola gota de sangre caliente corriendo por sus venas.

Deimos había ido detrás, guardando cierta distancia, pero también cierta cercanía... no sé muy bien cómo explicarlo... pero se sintió como un alejamiento calculado y jerárquico.

Y entonces yo me había quedado ahí, inmóvil... sintiendo los músculos de mis piernas con la misma consistencia de una gelatina mal cuajada y con mi pobre cabeza girando a mil revoluciones.

Traté de calmarme escuchando el ritmo de mi respiración... pero escuchar su golpeteo fuerte y alocado solo provocó que me alterara más.

Entonces cerré los ojos y comencé a hacer pequeños círculos sobre la alfombra con las yemas de mis dedos... uno tras otro, uno tras otro, uno tras-

"¿Qué? ¿Te piensas quedar ahí hasta que te salgan raíces?" —era la voz de Deimos.

Salté sobre mi misma y lo busqué inmediatamente a través de los hoyitos minúsculos de la madera tallada.

Estaba cruzado de brazos, recargado en el marco blanco de la puerta, y con la cabeza claramente ladeada en mi dirección.

Tragué saliva.

No podía ser posible que... ¿o sí?

¡No! ¡Nadie me había visto entrar!

Me llevé una mano al rostro para contener mi respiración, pero con el corazón tan acelerado se me hizo prácticamente imposible.

Él esbozó una sonrisa ladina que le marcó un hoyuelo bajo y enarco una ceja como en un claro: ¿Es en serio?

No me moví.

Entonces resopló de forma larga y entretenida, se tronó el hombro con la ayuda de una mano y caminó hasta quedar justo frente a mí, solo con la madera de por medio.

El día en que mi reloj retrocedió  [Completa✔️✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora