"Ayer usé mi guitarra, la piel de una mujer extraña y dos botellas de un Whisky que me escoció la garganta, para evitar ver a la peor versión de mí mismo, aferrándose a algo que hace mucho tiempo se fue."
—Damasco Cortés
Y así pasaron algunos meses... tal vez tres o cuatro, tal vez medio año.
Había días que se sentían como una eternidad, pero también estaban esos en los que abría los ojos y de repente, ya era de noche otra vez.
Supongo que esas cosas pasan cuando estás en negación... porque después de aquella visión sobre el Coliseo de las Bestias y todo lo que había sucedido ahí, nada había vuelto a ser lo mismo... no para mí.
Mis días y mis noches se habían vuelto extraños, y en mis conversaciones con otras personas nunca estaba ahí, no realmente.
A veces sólo contestaba en automático.
En realidad, creo que eso era todo lo que hacía: andaba en automático por la vida.
Comía en automático.
Me arreglaba en automático.
Hacia la tarea en automático.
Me saturaba de cosas que hacer para que mi cuerpo y mi mente tuvieran con que distraerse y así pudiera darme el lujo de escapar; de no pensar; de hacer de todo en vez de lidiar con lo que tenía enfrente.
A veces por las noches me levantaba llorando, empapada en sudor frío y con taquicardias. Ya ni siquiera sabía si era por las visiones de la gente muriendo, o por la puerta inmensa que no podía abrir por más que lo intentara, o si era culpa del coliseo, o... si era todo.
Y cuando se volvía insoportable, sobretodo en las horas más bajas, me colaba a la habitación de Damasco, para usar sus audífonos y su walkman mientras dormía... eso me tranquilizaba; me hacía regresar, volver a sentirme yo, Helena Candiani, y no un ser extraño atrapado dentro de una pesadilla que no tenía fin.
Su voz dulce, gruesa, varonil, sus notas en perfecta armonía, el imaginar esos dedos largos y ásperos acariciando la guitarra con suavidad.
Entonces y solo entonces, conseguía volver a respirar con normalidad, a engullir migajas de paz.
Y una vez que conseguía calmarme, lo volvía a poner todo en su lugar, y salía casi de puntitas de ahí.
Él se había dado cuenta una vez... solo una, de las primeras.
Porque justo al volver a acomodar sus cosas en dónde las había dejado, había enredado el cable de sus audífonos, con uno de sus muchos vasos y tazas de agua y café, que llevaban tanto tiempo ahí, que incluso las hormigas ya les habían perdido interés.
Entonces él se había parado de golpe; como solía hacerlo.
Porque resulta que tenía el sueño muy muuuy ligero; como una mariposa, o una pluma... como alguien que está acostumbrado a que lo necesiten, a estar listo, a funcionar a cualquier hora.
Supongo que ese tipo de cosas te pasan cuando los caminos de la vida te obligan a acostumbrarte a cuidar de un enfermo.
Luego se había echado el cabello hacia atrás para descubrirse los ojos, y me había observado de pies a cabeza, analizando cada parte de mi cuerpo hasta que terminó fijando sus ojos amarillos y vibrantes, sobre mis pechos; esos ojos que se encendían con la más mínima luz; y una vez prendidos, estaban listos para devorar lo que fuera.
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El día en que mi reloj retrocedió [Completa✔️✔️]
Fantasy¿Qué harías si un día lograras regresar tu vida desde el principio? Helena Candiani pudo hacerlo. No sabe cómo lo hizo ni si es capaz de hacerlo de nuevo... tampoco si fue un evento fortuito o si fue provocado por algo o alguien. Pero hay algo de l...