62. La prima hora II

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"Quizás soy la única persona que cree que volverás..."

—Alan Belmont Garcés Chevalier




A veces me gustaría poder recordar el; ¿Por qué? O, más bien, cada uno de los por qués, que nos llevaron a esto.

Pero no puedo.

Supongo qué fueron tantas veces que ni siquiera mi buena memoria (de la que me gusta jactarme cada que puedo), me ayuda a llevar una lista como debe de ser.

Con cada uno de los acontecimientos, de las acciones, y lo que yo considere como su respectiva consecuencia.

O tal vez es culpa de mi subconsciente, en su intento estúpido de protegerme porque hacerlo, sería demasiado autodestructivo.

Cierro los ojos intentando recordar algo, aunque sea una sola cosa, pero todo es borroso; hubo momentos que se comieron a otros, y los que quedan me llegan como recuerdos fugases, pero es breve, demasiado, y pronto vuelven a distorsionarse dejándome lo único que me queda cada vez que te pienso; un sabor amargo.

Un inútil sabor amargo que no se va.

A veces, cuando voy caminando por alguna avenida de una ciudad grande y me encuentro con tu cara en dimensiones insufribles, porque alguna de esas pantallas ruidosas que parecen querer acapararlo todo no encontró alguna otra cosa que quisiera mostrar; me dan ganas de romperla. Aún no decido si a tu cara o a la pantalla...

Lo único que tengo muy claro es el tamaño de los pedazos: minúsculos; como polvo de estrellas. Te encantaba mirar las estrellas ¿No? Bueno, déjame darte un trozo de nostalgia.

Rasgo con la uña la imagen, distorsionando los colores. La fuerza y apariencia de mis garras es algo que nunca deja de sorprenderme; ligeras como plumas, resistentes como el acero, y filosas como navajas; bastante convenientes la verdad, pero lo serían aún más si el esmalte para uñas les durará un poco más de un par de horas. El flujo del maná hace que se cuartee y se caiga; así que o las traigo impecables o parezco una triste adicta a la cocaína.

En algún punto la pantalla comienza a verse líquida, a derramarse justo ahí, donde estaría tu yugular si fueras de carne y hueso; y una ola de calor refiere por completo mi espina dorsal, así que la clavó con más fuerza.

Algunos comensales del restaurante aledaño me miran con preocupación y curiosidad, los peatones se detienen; no saben sí acercarse o sí seguir con lo suyo porque la chica de los stilettos rojos y la gabardina negra podría ser peligrosa, y un par de clientes de la tienda de electrónicos comienzan a rodearme, tratando de verme la cara; pero no lo logran porque siempre cargo una mascada de seda alrededor del cuello y que me cubre la mitad del rostro, en honor a la madre de quién fuera mi amiga; y digo en su honor porque si fuera por mí cargaría una pashmina o una bufanda de cashmere ya que la seda me parece demasiado fría.

Tengo demasiada atención encima pero eso no me detiene y de todas formas jalo con fuerza del cable de la pantalla de uñas 60 x 90 pulgadas, causando un estruendo cuando se estrella contra el suelo; rompiendo los azulejos, los cristales, el cable también se troza, y estoy segura de que algo ha comenzado a quemarse por el olor.

Necesito comer —pienso para mí misma y me giro a esperar a que algún responsable de la tienda haga su aparición.

El día en que mi reloj retrocedió  [Completa✔️✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora