Cuarenta y uno.

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PAX

Evitó mirar a León cuando tomó la radio de su agarre apretado. La dejó sobre el escritorio y se mantuvo de pie detrás de él. La mano que sostenía la pistola contra su cabeza no se movió un milímetro y León parecía no notarlo.

—Solo nos queda esperar —comentó Milo, abriendo las manos con una sonrisa que le revolvió el estómago.

—Estás loco si piensas que vas a ganar —repuso León entre dientes. Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Pax. El soldado que sostenía la pistola no se movió.

El momento en que el nombre de León dejó los labios de Pax, supo que no habría marcha atrás. La decisión estaba tomada. Sabía que esto atraería a su gente hasta Ramé, que era la única manera de salvarlos; pero se sentía asqueada con lo que acababa de hacer. Tal vez por eso se puso de pie cuando León ingresó a la oficina, escoltado por un soldado con sangre derramando de su boca mientras el rostro de León apenas tenía un moratón debajo del ojo. Evitó mirarlo, aunque podía sentir el odio que León emanaba, aquella amargura que solo la traición podía emanar y que la había sentido una sola vez en su vida: cuando cambió el lugar de Simon por el de Bellamy.

—Somos más que ustedes —continuó León. Pax no podía creer que mantuviera la calma sabiendo que podían dispararle en cualquier momento—. Y no creas que Esme te dejará salirte con la tuya —añadió. A pesar de que no había volteado, supo que se había dirigido a ella.

Milo le echó un vistazo, tal vez para ver su reacción. Pax no se movió de su lugar, su atención en el suelo de madera oscuro. Ya era suficiente con su propia consciencia.

—¿Cuántos son? —preguntó Milo, volviendo a León. De no haber estado allí, Pax hubiera jurado que estaban conversando sobre la vida junto a un trago debido a la postura relajada del presidente de Ramé—. Según mis cálculos —continuó. No supo si León había hecho amague de hablar—. Y déjame decirte que son exactos, son veintiuna personas.

—Que todas saben pelear —repuso León; su voz tembló hacia el final y Pax clavó la mirada en la ventana. El sol seguía en su punto más alto.

—¿Con qué? —preguntó Milo soltando una risita—. Tenemos armas, León. ¿Crees que una espada sea más rápida que una bala? —La pregunta flotó en el aire—. Además, no quiero hacerles daño. Quiero su colaboración.

—¿Colaboración? —cuestionó León incrédulo. Esta vez, fue su turno de reír. Una risa que Pax jamás había oído. Giró la cabeza lo suficiente para mirarla de reojo y deseó desaparecer de la habitación—. ¿Cambiaste a tu gente con la mía? —preguntó—. ¿Te sientes mejor ahora?

—Cállate —ordenó Milo. Borró la sonrisa de su rostro al tiempo que León volteaba hacia él. Pax notó cómo clavaba las uñas en los apoyabrazos mientras Milo se inclinaba hacia delante con los brazos sobre el escritorio—. Debí haber sabido que eras tú el traidor —añadió en un tono tan bajo que a Pax le recordó a una serpiente—. Siempre dando vueltas por mi oficina. Siempre buscando una excusa para acercarte, demorarte aquí dentro mientras hablaba con Ezekiel... —Su voz se apagó como si el nombre de Ezekiel le hubiera recordado que tenía un nieto.

—¿Qué le dirás? —cuestionó León, aprovechando el momento de debilidad—. ¿Qué le dirás cuando Esme aparezca? ¿Cuándo intentes matarla?

El aire se tornó denso. Agradeció que Ezekiel no estuviera en la oficina, que Milo hubiera ordenado que se lo llevaran al sótano para no tener que escuchar otros de sus gritos, exigiendo respuestas entre lágrimas. Cuando Ezekiel se enteró que su madre seguía viva, los libros del estante contrario donde ahora estaba parada, acabaron en todas las partes de la oficina. Aún yacían desperdigados, evidencia de la crisis en Ezekiel antes de que dos soldados ingresaran en la oficina junto a Danica, quien le inyectó un calmante. Se lo llevaron en brazos.

Vagary ll || Bellamy BlakeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora