Treinta y nueve

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PAX

Caminó por el salón hasta las escaleras. Las piernas le pesaban como si fueran del cuerpo de otra persona y, sin embargo, se movían con serenidad. No permitió que su mente divagara por lo que estaba a punto de hacer, porque si no se arrepentiría, y no había marcha atrás en esto.

Llegó al pasillo que daba a la oficina de Milo y se detuvo ante la puerta. Había estado muchas veces allí de pie, y dentro, con Milo, con Ezekiel, con Bellamy... Tragó saliva. Ante el simple recuerdo de Bellamy, su mente se nubló por un instante.

Tenía que hacerlo. Si quería salvarlos a todos. Si quería crear un hogar para ella... Para el hijo que estaba esperando...

En lugar de tocar la puerta, ingresó.

Milo estaba de pie frente a la ventana. Volteó, mirándola con sorpresa. Evidentemente, no esperaba visitas. Con su mano derecha sostenía un vaso con un contenido dorado que, supuso, era alcohol. Lo apoyó en el escritorio elegante, diferente al de Esme como cada centímetro de esta oficina.

Pax cerró la puerta. La frente pulsándole como una bomba.

Se dirigió al escritorio, bajo la atenta mirada de Milo y tomó asiento; no sabía por cuánto tiempo más aguantaría estar de pie.

Milo no se sentó. En su lugar, hundió sus manos en los bolsillos delanteros de su pantalón. Ya no parecía asombrado por su visita, sino más bien intrigado.

Pax rozó la pequeña botella que aún llevaba en su propio bolsillo, el contacto fue rápido pero sintió la frialdad como metal. Antes de que pudiera arrepentirse, tomó la botella y la dejó sobre el escritorio, ante los ojos de Milo, quien pestañeó y observó el líquido, luego a Pax y, por último, tomó asiento. Por la forma en que lo había hecho, Pax supuso que lo había tomado con la guardia baja. Sin embargo, su expresión era neutra.

—¿Quién te lo dio? —preguntó. Su voz resonó en la oficina al igual que en una cueva.

—Quiero un trato —habló Pax; se oyó segura y lejana a la vez.

—¿Un trato? —repitió Milo. Pasó la mano por su barbilla mientras le echaba un vistazo a los estantes de los libros. Pax no pestañeó cuando Milo se inclinó hacia delante en el escritorio como si buscara infundirle miedo. Ya estaba acostumbrada—. No estás en posición de hacer un trato, ¿no te parece? —cuestionó. Su expresión seria, sus ojos fríos como hielo—. Te perdoné la vida por Ezekiel, no creas que me compraste con el cuentito de la víbora.

Con pesar, Pax sonrió. Al fin y al cabo, Esme había tenido razón y fue Ezekiel el sostén del plan. Un plan que apenas había comenzado antes de que terminara. De haber tenido tiempo, hubiera sentido lástima por Ezekiel. La única persona, al parecer, que la apreciaba en Ramé. Y que ahora se encontraba esperándola, tal vez deseando que las cosas volvieran a ser como cuando la conoció. Parte Pax también quería volver el tiempo atrás. No por Ezekiel, sino por la calma que había sentido entonces. Los problemas del momento en que despertó de la criónica no parecían nada comparado con esto.

—Me das lo que quiero, y prometo que te contaré todo —aseguró sin alejar sus ojos de los celestes.

Hubo un momento de silencio, donde Pax soltó:

—Sé quién es el traidor. —Se odió al decir estas palabras—. Sé dónde está Esme —añadió al tiempo que los ojos de Milo se iban agrandando. Por primera vez, se sintió en control—. Sé cuáles son sus armas, su plan.

Milo se irguió en su lugar y fue este simple gesto cuando Pax sintió la victoria.

—¿Qué quieres?

Vagary ll || Bellamy BlakeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora