Capítulo 07

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Amelia se quedó dormida en el asiento trasero cuando llevaban poco más de veinte minutos en la carretera.
Adrian suspiró mientras miraba a su hermana por el espejo retrovisor.

—¿Se ha quedado k.o, verdad?
Asintió hacia Dana quien estaba sentada a su lado hurgando dentro de una bolsa que no había dejado en el maletero.
Fuese lo que fuese que buscaba, cualquiera diría que se trataba de un tesoro, porque la bolsa no era muy grande y ella parecía dispuesta a llegar casi al suelo del coche con lo profundo que enterró la mano dentro.

—Parece ser que no ha estado durmiendo bien.
El don de Amelia había despertado pocos años antes.
Afortunadamente no era como el de su madre, sino como el de su bisabuela.
El don de Lia consistía en soñar cosas que podían ocurrir, o que tenían un significado especial.
Sin embargo, ella no había estado durmiendo mucho.
No importaba cuántos potingues de esos que a ella le gustaban, se pusiera en la cara.
Las ojeras y la rojez en sus ojos seguía allí y todos en casa estaban preocupados.
Adrian creía que había algo más detrás de su insomnio.
Solo esperaba que no fuese demasiado para ella.

—Creo que tiene sus motivos, Adrian. Si bien no es algo que pueda contarte, si puedo decir que la entiendo.
Eso lo confundió aún más, sobre todo teniendo en cuenta lo que siguió.
—He decidido que voy a ser sincera y confesarle a Bobby y a Amelia mis sentimientos. Todavía no sé cuando, quizá todavía me lleve un tiempo, ¿pero sabes? No puedo seguir ocultándome. Sé que Lía no va a decir nada. Me animará a que vaya hasta él y le abra mi corazón. Aún sabiendo que puedo salir lastimada, tengo que hacerlo.
Adrián no respondió y a ella no le importó tampoco.
Él era un buen oyente.
—¡Oh, aquí está!
La vio sacar una barra de chocolate y partirla por la mitad antes de ofrecerle una de ellas.
Iba a negar con la cabeza cuando ella habló.
—Vamos, Adrian. Vive un poco. Solo es un poco de chocolate. No va a causarle ningún daño a ese cuerpazo que tienes.
Sonrió inevitablemente.
Al menos, ella se había fijado.
Toda la frustración acumulada le había hecho ejercitarse más de la cuenta.
Cogiendo el trozo que le ofrecía, se lo llevó a la boca.
La explosión de sabor fue instantánea, seguida de un enorme problema en sus pantalones al escuchar el gemido de la chica a su lado.
Miró la señal de carretera.
Todavía tenían casi una hora de camino.
Adrián gimió también, pero por un motivo completamente distinto.
No había modo alguno de que pudiese acomodar su erección sin que ella lo viese.
Maldición...

Dana por su lado, seguía ignorante a los problemas de su acompañante, hasta que debido a un bache en el camino, su bolsa cayó, y al ir a cogerla, sus ojos quedaron a la altura del regazo de Adrian.
¡Santo DIOS! Él iba jodidamente a matar a alguna afortunada chica con ESE arma de destrucción masiva.
Sus miradas se encontraron por un momento.
Dana tragó saliva con fuerza.
Su cuerpo estaba reaccionando a él.
¿Que demonios...?

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