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Domingo por la tarde, y yo volvía de las compras matutinas. Claro que continúe comprando de más, puesto que la costumbre de ser dos personas, o tres, si contamos a Hades, no la había olvidado. ¿Lo bueno? Tardaría en llegar a dónde mi sufrimiento comenzó.

Llegando a mi casa, ya que pensé que mejor era estirar un poco las piernas, noté como un auto negro con vidrios polarizados, aparcaba sin discreción alguna frente a mi hogar.

-¿Que mierda?...- el agente frunció el seño, y sin hacerse esperar, sacó una pistola, poniéndose en posición de defensa dispuesto a atacar cuando la puerta del vehículo se abrió. -

Bajé lentamente mi arma al ver que de ahí, bajaba el sokoviano que me me había causado miles de dolores y crisis en solo sesenta días.

Él saludo a alguien que se encontraba en el interior del auto, su chófer, si tengo que deducir. Tomó con tranquilidad sus maletas y entró en la casa, mi casa, sin notar que a metros me hallaba yo, observando la escena atónito.

Dos meses. Dos malditos afligidos meses.

Cualquier reacción que tenga contra Pietro es completamente válida en mis condiciones, ¿No?

Podría entrar en la casa, ir hacia él y golpear su bello rostro mientras le gritaba lo enojado que estoy por dejarme solo todo este tiempo.

Cómo también, podía ser una persona racional y pedirle una explicación sin enfurecerme por completo. Debió tener sus razones para desaparecer así, ¿Verdad?

La última y tentadora opción era salir corriendo al parque que quedaba tan solo a minutos de mi hogar, sentarme en una banca y pensar en todo lo ocurrido.

Pero, como mis conocidos saben, yo soy Clint Barton y bueno, sin cuestionar mucho, descarte las dos primeras opciones y me quedé en el gran parque durante media hora, recapacitando una y otra vez que carajos había sucedido.

Pietro volvió. Mi Pietro lo hizo.

Por el bien de mi salud mental, y la comida, llegué a la conclusión que lo mejor era volver y afrontarlo.

Al llegar a cada, abrí sigilosamenta puerta, cerrandola de la misma forma. Acomodé las bolsas del mercado sobre la mesa, y me quedé en completo silencio para tener una pista de dónde se encontraba el mocoso ahora.

Y la conseguí. Asique corrí hacia nuestro cuarto, esperando que realmente no haya sido una buena alucinación porque si era así, me diagnosticaria demencia.

Lo encontré de espaldas a mí, aún así, podía asegurar se veía tan hermoso como la última vez que nuestras miradas conectaron. Él estaba acomodando la ropa en su lugar correspondiente, mientras con una tranquilidad que no puedo explicar, tarareaba una canción.

-Hola, Pietro. - el mayor quiso maldecirse cuando el nombrado se sobresalto por su voz, y mucho más porque instantes después, se volteó en su dirección.

-¡Anciano! ¿Cómo has estado? Me extrañó un poco no verte apenas llegué porque supuse que estarías aquí. - respondió, mostrándole una de sus encantadoras sonrisas y seguido de eso, retomó la acción anterior.

Yo simplemente no podía hablar por el shock que tenía, asique me límite a cerrar fuertemente mis ojos, y sin pensarlo de igual modo, me dirigí a él, a mi mocoso, para abrazarlo como nunca abrace a alguien, con nostalgia, cariño, dolor.

Sonreí tiempo después que, su característico olor a miel, azotó mi sentido del olfato. Me sentía tan bien en sus brazos. Protegido.

Pero de cualquier modo, no me había olvidado el porque regresé. Teníamos que hablar.

SESENTA DÍAS.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora