Capítulo 29 -Manzanas Blancas

17 2 1
                                    


Me sentía desamparada, sola, perdida

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Me sentía desamparada, sola, perdida. Una parte de mí incluso hubiera preferido quedarse en el cuarto de aislamiento

―Ya te explicó la Lic. que ya no estás bajo custodia pero te van a seguir monitoreando con el grillete. ¿Qué pensás hacer ahora? ―Comentó la doctora cuando todos se fueron.

―Evan y yo ganamos algo de dinero con unas cosas que encontramos. Supongo que voy a tener que buscar un lugar para quedarme.

―Nosotros tenemos un apartamentito extra―comentó― hablé con mi esposo y me dijo que lo puedes usar si quieres; está separado de nuestra casa, pegado a un cerro, tiene cocina y baño propio. Toda la propiedad está circulada con un cerco, creo que por tu seguridad sería mejor que estés entre conocidos. No sé si has visto las noticias, pero en los últimos días tu presencia ha llamado bastante la atención. Es mejor que no andés por allí sola ―me dijo.

― Muchas gracias ― dije tímidamente y sin darme cuenta dirigí la vista hacia la puerta.

―Ya va a venir Evan ―dijo la doctora intentando calmarme.

En efecto, él apareció unos minutos más tarde y acordamos que lo mejor era quedarme en lo de la doctora. Evan le agradeció y dijo que él se encargaría de apoyarme en lo que necesitara. Yo me sentía apenada por causarles tantas molestias y la verdad no comprendía por qué me cuidaban tanto, pero a la vez, sabía que los necesitaba y les estaba inmensamente agradecida.

Rita fue a buscar su auto y nos encaminamos a la casa.

Todas las calles eran parecidas, ocho o diez pequeñas construcciones de cada lado, cada casa colocada en el centro de un terreno cuadrado. Los terrenos estaban delimitados por palos rojos , dejando libre solo el frente de los lotes. Las calles eran amplias con un carril para vehículos con motor y otro para bicicletas. En el centro de cada bulevar crecían más palos rojos. Gente iba y venía a pie y en antiguos vehículos restaurados. Yo sentía que había viajado en el tiempo o cruzado a otra dimensión.

Sin darme cuenta me había prendido a la ventanilla del copiloto y observaba el panorama con la boca abierta. Evan iba en el asiento de atrás y con una risa divertida extendió la mano para cerrarme la boca. Yo volví a acomodarme en el sillón algo avergonzada, mientras Rita y Evan reían ruidosamente.

―Increíble, verdad ―comentó Rita, yo solo asentí con la cabeza―. Esta comunidad tiene más de doscientos años. Fue fundada antes de la gran guerra por un hombre llamado Federico Alfaro. Él era originario del pueblo de San Mateo Ixtatán, pero por muchos años vivió en California. Trabajaba en los parques nacionales de sequoyas. Cuando los problemas por el agua y los ataques racistas empeoraron, él decidió regresarse. Se trajo unos cuantos árboles rojos, compró tierras en la montaña más alejada y comenzó a sembrarlos. Alfaro sabía lo altos y gruesos que podían llegar a ser estos árboles, por eso los plantó separados unos de otros, en forma de cuadrículas. Por pura suerte, los árboles comenzaron a prosperar en esta tierra. Unos años más tarde, Alfaro trajo a su familia y a algunos amigos para formar un grupo autosostenible. Les fue tan bien, que casi dejaron de tener contacto con el resto del mundo. Como querían mantener este lugar en secreto, acordaron que la decisión de invitar a alguien nuevo tenía que tomarse en consejo.

Ada y EvanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora