«Palos Rojos», el nombre del pueblo tenía sentido ahora, los gigantescos troncos rojizos se alzaban por todas partes. Al llegar no había podido prestarle mucha atención al paisaje, pero desde la ventana de mi habitación podía estudiarlo con más detalle.
Afuera se veía frío y nuboso, los inmensos árboles formaban largas hileras rectas. Su follaje no era muy denso, aun así, debido a su gran altura, pocos rayos de sol lograban alcanzar el suelo. Estábamos en un una especie de valle, pero el terreno no era muy parejo, subía o descendía en algunas partes.
Gente iba y venía en los alrededores del instituto. Yo no lograba explicarme como todo eso había sobrevivido el apocalipsis, en total secreto.
La abogada vino poco antes de mediodía. Con lenguaje técnico y una actitud muy formal me explicó que según las leyes de Tze Kyaq cualquier persona no nacida dentro de la comunidad debía ser recomendada por al menos tres residentes para recibir asilo. Evan, la doctora y su esposo, estaban dispuestos a iniciar el proceso, pero necesitaba que le diera mis datos personales para hacerlo. Yo no me sentía cómoda con ella y ella tampoco parecía cómoda conmigo, pero como la información que me solicitaba eran poca, decidí colaborar.
La abogada terminó nuestra breve reunión indicando que volvería en unos días, cuando tuviera alguna nueva noticias de mi caso.
El estómago se me hizo un lío luego de que ella se fue. Me llevaron el almuerzo y como moría de hambre lo engullí sin pensar, pero eso solo empeoró mi malestar. Un terrible dolor me hizo correr al baño y entonces comprendí lo que me estaba pasando. Por suerte la doctora llegó poco tiempo después para tomar las muestras que nos habían ordenado.
―¿Estás bien? ―Preguntó al ver mi semblante descompuesto.
Yo titubeé un poco y volteé hacia la habitación de Evan.
―Me vino mi periodo ―dije en voz baja.
La doctora comprendió de inmediato y en el acto salió para conseguirme más ropa y lo demás que necesitaba. Cuando estuve cómoda la doctora procedió a tomar las muestras mientras charlábamos.
― Me dijiste que tu último periodo fue el 31 de marzo y hoy es nueve de abril, o sea que llevabas diez días atraso.
―Sí ―respondí―, con todo lo que pasó ni siquiera me di cuenta.
―¿Te ha pasado otras veces? ―Preguntó.
―No, suelo ser muy puntual.
― A lo mejor no es nada, tu cuerpo estuvo al límite ―explicó―. La alimentación, el estrés, el esfuerzo físico, los cambios de peso, todo eso puede generar retrasos. ¿Te duele?
― Sí, mucho ―le respondí.
―Te voy a dar algo para el dolor. Si te parece, te puedo hacer un pequeño examen abdominal para verificar que todo esté en orden.
ESTÁS LEYENDO
Ada y Evan
Science FictionEn un mundo postapocalíptico, una joven de una colonia subterránea inicia una travesía que la lleva a cambiar su concepción del mundo y la sociedad en que vive. Con la ayuda de un inesperado acompañante recorre las tierras desoladas de Norteamérica...