Capítulo 24 - Revelaciones

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La policía entró en cuanto notaron que  estaba desarmada.

― Yo que ustedes no la tocaría hasta que haya pasado por desinfección ― dijo la Doctora Cantil entrando detrás de ellos.

Los policías y la doctora murmuraron algo entre ellos. Luego le dijeron a Evan que saliera y me dejaron encerrada en aquel salón.

Me acerqué a la puerta tratando de averiguar que pasaba afuera.

―Ya vio como está de alterada, si se la llevan va a ser peor ― oí que decía Evan.

―Pero es peligrosa Evan, no puedo tenerla aquí ―respondió la doctora.

―No es peligrosa, créame. Fue mi culpa que se pusiera así.

―¿Estás seguro?

―Sí, ella fue la que nos dio la alerta allá en Texas, nos salvó la vida ― explicó Evan bajando la voz.

Se hizo un silencio al otro lado de la puerta. Los pasos y las voces se alejaron por el pasillo. No me quedó más remedio que volverme a sentar en el rincón de la pieza y esperar. Escapar no era posible, la ventana tenía rejas por fuera y había una patrulla en el estacionamiento de enfrente, además, dos guardias se habían quedado vigilando afuera de mi improvisada celda.

Esperé como un siglo mordiéndome las uñas hasta que al fin el policía abrió la puerta y Evan entró cargando una charola.

―¿Tenés hambre? ―Dijo sentándose en el suelo frente a mí.

Yo me negué moviendo la cabeza aunque el olor de la hamburguesa y las papas fritas me hacían saltar las tripas vacías.

Eran como las nueve de la noche para entonces, el alboroto en el edificio ya había pasado, casi no se escuchaba ruido.

―Perdón por gritarte hace rato ―dijo él.

Moví la cabeza ―¿Qué está pasando Evan?

―Nada, lo que pasa es que aquí hay ciertas reglas, siempre hemos sido como, una comunidad secreta, solo se reciben a personas de fuera, si lo solicitan al menos tres residentes. Antes era por seguridad, ahora es más que todo una costumbre que se usa solo cuando alguien de las granjas decide venirse, pero la verdad es que todos se conocen, no han venido verdaderos extraños en décadas. Mi plan era entrar en secreto y conseguirte referencias pero... los tipos con los que nos topamos tienen mala fama, muchas veces los han culpado de robos, violaciones, desapariciones, cosas así, de hecho, ni siquiera los dejan vivir en el pueblo por eso. Creo que la única razón por la que no han ido a dar a la cárcel es porque tienen escondites en las montañas y nadie se anima a ir investigarlos. No son mis amigos, pero al menos no se meten conmigo porque a veces les regalo cosas que encuentro en mis viajes, se emocionan con cualquier chatarra. Perdoná lo que les dije y como me porté, me dio miedo que te hicieran algo y por eso preferirí asustarlos.

―Y por eso me trataste como mutante.

―No se me ocurrió otra cosa, lo único que les da miedo la radiación, por eso nunca se alejan mucho.

Yo aparté la mirada sin convencerme del todo con la explicación de Evan.

―¿Y qué hacemos aquí? ¿Qué es este lugar? ―Pregunté

―Es un instituto de medicina o algo así. Aquí trabaja la doctora que andaba conmigo en la expedición, iba a pedirle a ella y a su esposo que nos ayudaran.

―¿Ibas? ―pregunté comprendiendo que nada había  salido como Evan esperaba.

―La cagamos Ada ―dijo afligido―, por culpa de mi bocota todos piensan que estás contaminada y por tu pequeño show allá afuera, también creen que sos peligrosa. Además nunca habían visto a alguien como vos y eso los asusta.

Parecía que esta vez, Evan no tenía un plan  B. Estaba atrapada, perdida, si él se sentía acorralado en su propia tierra, ¿Qué oportunidad tenía yo?

―Quiero mi píldora negra ― dije casi mecánicamente.

No iba tomármela, solo necesitaba tenerla en mis manos para sentir, o fingir que tenía algo de control sobre mi destino.

―La tiré.

―¡¿Por qué?! ― me molesté.

―Porque odio que pensés en eso a cada rato, siempre hay más opciones ― me sermoneó Evan.

Me recosté en la pared con los ojos cerrados y los brazos cruzados, sintiéndome aún más molesta con Evan y en esa posición permanecí un buen rato hasta que Evan preguntó:

―¿Vas a comer o qué?

Abrí los ojos y lo miré sin decir nada, giré la cabeza con la intención expresa de hacerlo sentir ignorado. Él no se inmutó, agarró la hamburguesa y dándole una gran mordida dijo.

―Entonces me la como yo.

―Eso es mío ―dije arrebatándosela.

Él sonrió victorioso viendo como me metía la hamburguesa a la boca. Estaba a punto de seguir la discusión, pero la mezcla de pan tostado, lechuga, tomate, aderezo, queso y el glorioso sabor de la carne me hipnotizaron el paladar. Quería más, no podía parar, di una mordida tras otra hasta que mi boca estuvo llena y los ojos se me pusieron en blanco de tanto placer.

―ESO es carne de res y todavía hay hamburguesas más ricas, si salimos de esta, vas a probar lo que es comida de verdad.

Claro que seguía afligida, pero en cuanto comencé a comer ya no pude parar. Casi ahogándome, engullí todo lo que había en la badeja, excepto un blíster de píldoras verdes y blancas que estaba también allí. Con desconfianza pregunté:

―¿Qué es eso?

―Son calmantes, para que te relajés un poco.

Mi mirada le dejó saber a Evan que la confianza entre nosotros se había debilitado mucho en las últimas horas. Entonces él tomándolas dijo:

―Si querés yo me tomo una también, no me caería mal algo de ayuda para calmarme. Escogé una y yo me la tomo para que mirés que no es nada malo.

Le señalé una de las píldoras y él la sacó. Evan tragó la píldora tranquilamente. Luego sacó otra y me la dio.

En ese momento la puerta se abrió y una voz temblorosa de mujer dijo:

―¿Mijo?

Evan se levantó rápidamente y yo me levanté con él por la costumbre de seguirlo. Una mujer de unos sesenta años entró corriendo, llevaba una bata celeste y mascarilla. Abrazó a Evan con fuerza mientras lloraba incontrolablemente. Afuera estaban tres adolescentes, un hombre y otra mujer algo mayor. Aunque todos llevaban batas y mascarilla, supe que se trataba de la familia de Evan. Él salió al pasillo y yo me quedé observando desde adentro, amedrentada por los guardias que seguían en la entrada.

Toda la familia formó un círculo a su alrededor, abrazándolo y dándole palmadas mientras lloraban de alegría. Solo la segunda mujer permaneció alejada hasta que todos terminaron de saludarlo. Entonces Evan se dirigió a ella y cuando estuvieran cerca, ella se lanzó a sus brazos, lo apretó con fuerza y haciendo a un lado su mascarilla, le plantó un largo y apasionado beso en los labios.

Mis pasos avanzaron hacia atrás, mi cerebro se negaba a aceptar lo que veía. La píldora verde se tornó pegajosa dentro de mi puño apretado y dejó de importar lo que contenía, simplemente la metí en mi boca y la tragué deseando que me dejara inconsciente.

Estaba muda, inmóvil. Así permanecí hasta que Evan volvió a entrar, recogió la bandeja y luego salió apurado diciendo que volvería pronto.

La maldita píldora era solo un calmante, bastante mediocre por cierto, de haberlo sabido hubiera tomado todo el paquete antes de que Evan se lo llevara.

Ada y EvanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora