• CAPITULO 2 •

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>Ramiro<

Eso era cierto, en aquella ruleta llamada cáncer quien viviera más era quien ganaba la corona y muchas personas se hubiesen extrañado de lo que dijimos, pero por alguna razón él no lo hacía, solo subió los hombros aceptando lo dicho como otra realidad.

—Ramiro Galaviz, ¿de qué hospital vienes? —dio palmadas frente a él indicándome que me sentará, no voy a negar que me sentí un perro siguiendo indicaciones automáticamente.

—Del hospital San Ángel, no está muy lejos de aquí —Ese hospital era muy parecido, solo que allá los cuartos eran más pequeños y en el área infantil donde yo estaba era imposible dormir por las noches.

—Sé muy bien donde está, y ¿no se supone que en ese hospital sí se aplica este tratamiento? —quería decirle que no, pero creo que la base de una buena amistad es la sinceridad—. Ese hospital es uno de los mejores del estado.

—Sí, bueno, no es para tanto.

—Te vetaron del hospital, ¿verdad?—Sorprendentemente acertó, es como si leyera mi mente o le hubiese pasado y aún no lo conocía lo suficiente para suponer eso.

—Tal vez...

¿A quién lo vetan de un hospital?

—¿Por qué?

Era muy curioso, supongo que conocer a alguien que verás todo el tiempo era una situación tediosa que toma cierta cantidad de días y preguntas.

—¿Golpeaste a alguien?, ¿Hiciste una revolución de enfermos contra los malos tratos?

—No, ¿qué te sucede?, me robaba la comida de mis compañeros de cuarto —hasta decirlo se escuchaba una completa idiotez—no la del hospital, sino la que les traían sus familiares, claro.

—¿Y eso qué?, No es un delito tan grande, es como si fueses un mapache de esos que le roban las croquetas a los perros —Algún día vi uno de esos vídeos en Internet y la comparación me hizo mucha gracia.

—No los culpo, no creo que estar cuidándote de que alguien que roba la comida sea lo mejor en un hospital.

—¿Es un tipo de advertencia?

—Cuida tu comida, Volado —Tal vez mi corazón asimilaba otra cosa con ese apodo un poco infantil.

—¿Cómo me has dicho? —Se llevó una mano al pecho totalmente indignado, como una diva de Hollywood—. ¿En qué momento tenemos esa confianza?

—Tenemos que adelantarnos el paso de la confianza—Sonreí haciendo mis ojos pequeños y mostrando lo más posible los dientes.

—Me gusta, Mapache ladrón —Sonrió de la misma forma ante su contraataque un poco astuto, aunque nuestros apodos fuesen inocentemente ridículos.

—Era claro que no te ibas a dejar ganar.

—Yo nunca pierdo, Ramiro.

Me bajé de su cama y me dirigí a la mía que estaba impecable, mis pertenencias seguían aún en la maleta perfectamente acomodada o lo que yo conocía como orden.

—Esto dura como seis meses, ¿no? —Saqué mis fotos y pequeñas cosas que me traían recuerdos buenos o por lo menos me distraen del dolor — si es que funciona.

—Creo que sí —Los tubos alrededor de su cabeza se entrelazaban con sus rizos como si fuesen una enredadera y en serio me daba curiosidad como es que llegaban a ese punto.

—¿Puedo saber más de ti?

—¿Cómo qué quieres saber? —Se retiró los zapatos y dejo un libro encima de sus piernas, intenté observar la portada, pero fue inútil, no podía leer nada o simplemente no tenía—. Soy un enfermo ordinario.

HASTA EL ÚLTIMO SUSPIRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora