Capítulo 7

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DORMIR

—Steve, puede que tenga siete años, pero creo que ya te habías dado cuenta que no soy como los demás niños, es más, ¡Eso ni siquiera lo hacen los niños normales de siete años! Los de tres años tal vez, ¡Pero no los de siete!

—Vamos, Tony, será divertido.

—¿Divertido? Suena como hacer tareas del hogar.

—No sabras si te gusta si no lo intentas.

—No hace falta intentarlo para saber que no me va a gustar ¿Qué de divertido le ves a separar un montón de canicas por colores? Suena como una actividad solo para mantener a los niños ocupados. Aburrida.

—Le veo mucho de divertido.

—Genial, hazlo tú solo entonces.

—¿Y si apostamos algo para hacerlo más interesante?

—Uhm. —Lo consideró—. ¿Cómo qué?

—No lo sé, ¿Qué te parece que si me ganas te compro una caja de donas para ti solito? ¿Qué dices? ¿Aceptas?

—Bien, acepto.

Y así se repartieron una cubeta con un montón de canicas dentro para cada uno, además de cinco mini-cubetas para poner las canicas dentro, una para cada color. El que separara las canicas por color más rápido, gana.

Estuvieron ahí un rato bastante largo separando canicas, era divertido para ellos ya que, a pesar de que evitarán hablar para concentrarse y terminar más rápido, no podían evitar soltar algún comentario o alguna risita. Al final, Tony ganó.

—¡Eso es todo, Rogers! —celebró.

—No es justo —dijo Steve mientras miraba su cubeta, aún con unas cuantas canicas dentro—. A veces confundía el color rojo con el naranja, es que tu eres niño y tienes mejor ojos que yo.

—Ay, Steve, ¿Quién es el súper soldado aquí? Esa excusa es muy barata. No eres daltónico.

—Está bien —dijo entre risas— Iré a pedir tus donas, pero te las comerás mañana, que ya es muy tarde, no creí que nos demoraríamos tanto en eso.

—Te lo dije, no hubiésemos jugado.

—Pero te divertiste.

—Solo lo hice por las donas.

—Prepárate para dormir, muchachito.

Tony se fue a asear para dormir y Steve hizo lo mismo. Luego de un rato, cuando el rubio estaba listo, Tony entró a su habitación.

—Hola —dijo el niño adentrándose al cuarto del rubio.

—Tony, deberías tocar antes de entrar.

—Ah si, lo siento —se disculpó algo avergonzado.

—Sal.

—¿Eh?

—Sal y vuelve a entrar, pero esta vez toca la puerta.

—Pero...

—Haz lo que te digo.

—Bien —aceptó mientras salía.

Steve esta vez escuchó el sonido de los nudillos de Tony chocar contra la puerta de madera fina.

—Adelante —dijo el capitán, para luego ver como el otro entraba—. Hola, Tony.

—Hola —saludó, rodando los ojos—. Vengo a pedirte un favor.

Criando un amor | StonyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora