Capítulo veintitres

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—¿Qué quieres?—pregunta Ranger abriendo la puerta.

—Necesito hablar contigo.

—Estoy ocupado— dice entre dientes.

—Es urgente— insta Faith con desesperación.

Ranger abre la puerta un poco más, dejándola que entre.

Al verme, una expresión de sorpresa y vergüenza invade su cara, asimismo, como el color carmesí que va tocando sus mejillas. Me da una sonrisa que denoto como incómoda.

Mi subconsciente me dice que ellos desean hablar sin mi presencia, por lo que instantáneamente, me levanto de la cama y camino, con pasos apresurados, hacia la puerta.

El alivio recorre las facciones de Faith y me mira con agradecimiento, le regalo un asentimiento de cabeza. Por más curiosa que me parezca esta situación, entiendo qué hay cosas que de mi, no conciernen.

Al pasarle por al lado a Ranger, este me toma por el brazo y deposita un fugaz beso en la comisura de mis labios. No reaccioné instantáneamente, unos segundos después, pude seguir caminando con naturalidad.

A unos pasos de distancia de la puerta, pude escuchar como se cerraba la misma. En ese momento dejé salir todo el aire que no sabia que estaba conteniendo.

No te ilusiones, me decía la consciencia.

Conozco bastante bien el carácter bipolar de Ranger. Así como hoy estaba de los mil amores, mañana puede estar de los mil demonios.

¡Que estúpida!

Es naturalmente obvio que mañana o pasado, Ranger va a hacer como si no hubiera sucedido nada. Porque tal vez, solo tal vez, ese último beso pudo haber sido un beso de despedida.

Me decido por ir hacia el balcón que vi hace unas horas en la recepción.

Al abrir las puertas corredizas del lugar, me doy cuenta de que era mucho más grande de lo que pensaba; la primera vez que lo vi, parecía un simple balcón, pero resultó ser unos diez metros más grande de lo que imaginaba.

Me apoyé en el barandal, con la vista fija en el teleférico, detallando las luces y los colores del mismo.

De pronto empecé a sentir que no estaba sola. Giré mi cabeza hacia la derecha y divisé a una persona en la esquina del barandal. Por la distancia entre los dos, no pude identificar si era hombre o mujer. Lo único que alcancé a ver, fue el humo que se disipaba alrededor de su cara.

Decidí declararlo inofensivo y continuar admirando la placentera vista.

Unos minutos pasan hasta que siento la presencia de la persona desconocida, a escasos metros de mi.

—Hola.

La poca luz que posee el lugar, me permite identificarlo como un hombre. Tendrá unos diecisiete o dieciocho años tal vez.

—Hola— respondo.

—¿Estás bien?

—Si— digo confundida.

—¿Segura?

No respondo.

—Si necesitas alguien con quien hablar, puedes contar conmigo. No siempre las cosas se le pueden contar a los amigos. Si quieres estar sola, solo dímelo y me puedo retirar.

Me quedo unos segundos sin reaccionar, lo primero que pensé fue en decirle que se alejara. Pero luego decidí que no quería estar sola.

StormDonde viven las historias. Descúbrelo ahora