Capítulo veintisiete

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—Hazel...

Intento abrir los ojos pero mis párpados no responden. El olor a desinfectante que percibo, me hace saber que me encuentro en un hospital.

Al cabo de varios intentos, logro abrirlos, a pesar de que me está martillando un dolor de cabeza. Lo primero que veo es una superficie borrosa color verde.

—¿Hazel?

Parpadeo varias veces intentando aclarar mi vista y consigo ver a mi madre inclinada a mi lado.

—¿Como te sientes cariño?

—¿Q-qué s-sucedió?

—¿No lo recuerdas?

Mi mente viaja momentos atrás y lo último que puedo recordar es estar arriba de una bicicleta.

—No.

—Te caíste de una bicicleta— dice con cierto tono de preocupación.

—¿Qué hacía yo en una?—digo desconcertada—. Ni siquiera se manejarlas.

—No lo sé cariño.

Trato de mover mi mano pero un dolor punzante en el dorso de la misma me lo impide.

—No cariño, no la muevas.

Al mirar, noto que está envuelta con una especie de gasa médica y una tableta de madera.

—¡Oh por dios! ¡¿Qué me pasó?!

—Ya te dije, te caíste de una bicicleta. Tienes un esguince en la mano y tuviste una contusión bastante fuerte en la cabeza.

Por eso el dolor.

—P-pero, no entiendo que hacía yo manejando una bicicleta.

—Lo último que supe, fue por el mensaje que me mandaste diciendo que ibas a salir con un amigo.

—¿Un amigo?

—Sí, el chico estuvo aquí casi toda la noche. Le dije que se fuera a dormir un poco.

—¿Toda la noche? ¿Qué hora es?—digo mirando hacia el ventanal a mi lado. Frunzo el ceño al ver la luz que se cuela por las persianas.

—Son las diez de la mañana— abro la boca con sorpresa.

Había pasado mitad de la tarde y toda la noche en el hospital.

—¿No reconociste a ese amigo?— pregunto.

—No, era un rubio, alto, de ojos claros. Su nombre era como—hace una pausa pensativa—. Roger, Rager...

—¡Ranger!

—Sí, ese, Ranger.

Entonces lo recuerdo.

Bicicletas...

Emoción...

Caída...

Dolor.

¡Había aprendido a manejar bicicleta!Pero me había caído brutalmente cinco segundos después. Recuerdo estar en los brazos de Ranger, recuerdo como se sentía.

—¿Él estuvo aquí toda la noche?

—Sí hija, se rehusó a irse, pero lo tuve que obligar porque se veía bastante cansado. Se notaba que estaba preocupado por ti—dice con un tono dulce—. ¿Son amigos cercanos?

—Algo así— digo confundida—.¿Cuándo me puedo ir de aquí?—hablo con desespero, no me gustan los hospitales.

—Él doctor dijo que hoy en la tarde te darían de alta.

StormDonde viven las historias. Descúbrelo ahora