Los párpados

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2059 Pasado

Recuerdos de Alyssa

Empecé a dibujar a papá. Sobre todo la arruga por encima de su frente, la profundidad de sus ojos y sus párpados caídos; también tenía una cicatriz en la nariz recta y gruesa. Jamás me contó la historia. A pasar de todo, mi papá tenía una cara amable, como la de un ciudadanos ejemplar de los años sesentas, a excepción de la ya mencionada  cicatriz.

Aún con las hojas jóvenes de una libreta, yo no tenía la suficiente experiencia dibujando, así que dibuje un millón de extraños para hacerlo bien cuando llegara el turno definitivo de mi papá.

Cuando daba los matices con el carboncillo, Thamara me tomó por el hombro y me abrazo fuerte.
–Deberíamos distraernos– posó su respiración sobre mi cabello disparejo.

–Si– repliqué un par de veces más, aparte el cuaderno. Ya levantada de aquel sillón incómodo, me acomode el pantalón para caminar sin que sintiera las arrugas de la tela comprimir mis piernas.

Abrimos un armario lleno de mantas blancas con aroma a polvo, adentro también había múltiples juegos de mesa que sacamos de ahí para jugar unas cuantas horas hasta que se nos diera la gana de comer, pero no consentíamos nada. La pasábamos vomitando.

Después de varias semanas jugando Monopoly, Ajedrez y Clue, se nos pasó la crisis, ahora nos manteníamos en pié sin que lloráramos a gritos o vomitáramos después de comer, tal vez comenzábamos a acostumbrarnos a este tipo de vida.

Antes de ir a dormir, tomábamos palos de escobas manchados de humedad y pegábamos cuchillos a ellos con cinta de aislar (cinta negra). Curiosos o no, aún había internet en la ciudad, eso nos permitía ver videos en los que aprenderíamos a usar nuestras armas cuchas de la forma apropiada. Nuestras balas, serían usadas únicamente para emergencia, eso hasta que no consiguiéramos más y pudiéramos practicar puntería. Ninguna sabía disparar.

Era momento de guardar el Monopoly, esta vez me tocaba a mi. Abrí las puertas de madera con polillas sintiendo bajo mis dedos todos aquellos huecos circulares en los que se sumían las yemas de mis dedos.

– Allie– me habló Taham para que yo la mirara unos segundos –. Voy a salir, se acabó el agua para la comida.

–No te vayas, usa la de la llave.

–Está sucia, será mejor el agua embotellada.

–Yo he matado molomós antes, tú no– me trié sobre ella y la supliqué –, deja que yo vaya allá.

–No, tú saliste antes. Creo que para ser justos ahora es mi turno de arriesgar mi vida para sobrevivir– señaló la puerta– sólo es agua. Los molo no me harán daño.

–Está bien– cruzamos nuestros meñiques, me dio un beso en la frente y después salió de la casa. No se fue sin la lanza cucha y una mochila.

Abrí el armario para guardar los juegos. El chiste era esconderlos entre las sábanas y cobijas (no sé porque los escondíamos), pero todas ellas se voltearon por sobre de mi. No era un golpe duro, yo estaba bien e intacta, sin embargo había un desastre detrás de mi, aunque frente a mi había un gran regalo.
Tuvimos una guitarra viviendo con nosotros todo este tiempo y no lo sabíamos. La saqué de ahí y limpie todo el polvo que tenía en su superficie.

Recuerdo que Tham sabía dos o tres canciones en guitarra, más aparte sabía afinarla con un apartado de mamá. Abi siempre lo llevaba con ella a pesar de que realmente Amelia no era su madre. Así fue entonces como el día en que Abi murió, Tham se arrepintió de pelear todo el tiempo con ella y ahora cargaba con ella aquel afinador porque le recordaba a su hermana y mejor amiga. Yo hacía lo mismo con mi moneda y mi brújula.

Tomé la guitarra para acariciar las cuerdas, tomarlas, tensarlas y soltarlas. Esa era la primera sonreída sincera que me salía después de mucho tiempo.

Doble con paciencia y suavidad todas las cobijas que reposaban en el suelo feo del departamento, las guarde y no vi la hora para regresar con la guitarra, que por el momento era lo mejor que podía ver o tener (fui una torpe porque el sonido atraería a los Molomó).

Pasó mucho tiempo hasta que escuché el grito de auxilio de Tham por las escaleras. Salí a acompañarla en contra de cinco infectados pálidos (otra forma de llamarlos) peleaba con uno de ellos haciendo fuerza en lo que el resto no veían la hora de morderla. Esa era la diferencia entre la realidad y los videojuegos de zombis que jugábamos; porque en los juegos peleabas con uno y el resto esperaban su turno para atacar. Aquí todos se abalanzaban a lo bestia sobre ti, así fue como hice ruido para quitarle varios de encima a mi hermana.

El primero en acercarse, murió con la caja torácica perforada por el cuchillo lanza feo y poco resistente que se dobló. Tuve que sacar el cuchillo individualmente para poder combatir al resto más cerca de lo que esperaba. No pude sacar el cuchillo del craneo del tercero, así que me alejé con pasos continuos de reversa rogando que un molomó no estuviera detrás de mi. Sentí un cuerpo pegar con mi espalda unos centímetros antes de chocar completamente con la pared. Era conveniente ver un extintor ahí. No fue fácil levantarlo, era muy pesado y apenas me sostenía con el. De esa forma lo rodé por el suelo dejando al cuarto molomó caer. Tuve tiempo suficiente para despedazarle el cráneo nuevamente con un vidrio roto que sostenía con tanta fuerza que se enterraba en mi palma. Eso de usar vidrios rotos se me estaba haciendo una costumbre en este edificio.

Al final, quedaba el molomó que no se había apartado de Tham y ella continuaba combatiéndolo con el palo de la escoba.

Con el vidrio, corte la cinta de aislar que hacía uno a la madera y al cuchillo, permitiéndome tomar el cuchillo y clavarlo en la cabeza del último molomó que cayó de inmediato. Tomé la mano de Tham, en menos de lo esperado, nosotras ya estábamos en la puerta de el departamento en lo que otro molomó comenzaba a bajar la escalera. Cerramos la puerta en su cara. Ahora estábamos a salvo.

–¿Te mordieron?– pregunté revisando a simple vista su cuerpo.

–No– me muestra su ropa impecable para que corrobore que a ella no le ha sucedido nada –. ¿A ti?

–No– doy una vuelta lenta con las manos hacia el techo esperando que ella vea que no tengo más sangre que la de mi mano –. Encontré una guitarra.

–Encontré agua.– no tengo idea de qué pasa, peor nos hachamos a reír como estúpidas, como si esta es la mejor situación en la que estamos. Tel vez reímos así porque por fin nos relajamos después de la adrenalina –. Bien– respira tratando de contener el dolor de estómago después de tanta risa –, pon agua en una olla, caliéntala a fuego medio. Yo afinaré la guitarra, después seguiré cocinando yo.

–Está bien.

Después de hacer lo que Tham me pidió ,y tener la guitarra afinada; tomé un celular recién cargado para ver tutoriales para tocar. Se me hacía curioso como los videos conservaban el pasado pacífico. Los chicos en los videos se veían relajados, felices y normales. Tal vez ahora estabas muertos o eran molomós o eran asesinos así como yo.

No era fácil tocar la guitarra, pero algún día lograría hacerlo bien. Thamara me tomo de los hombros. Me miraba interesante. Decidí ignorar su mirada.

–¿Cómo puedes deshacerte de ellos sin que te sientas mal o no te importe hacerlo?

–Porque ellos ya no son personas.

–Pero lo fueron.

–Están desechos. No tienen sentidos humanos o valores. Lo que fueron ya no está ahí. Los matamos o no matan.

– Ellos ya están muertos.

–Claro que no. Ellos perdieron capacidades, están infectados pero no muertos. Por eso no debes tener remordimientos al asesinarlos; es como liberarlos de el sufrimiento.

–Si yo me infectara, querría que me abandonaran en un lugar lindo. Tal vez un río.

–Si yo me infectara preferiría me mataran a vivir como un estúpido molomó.

–Ten respeto. Mamá es uno ahora.

–Ella decidió serlo– terminó la discusión casi gritando, regreso a tomar la guitarra, tomó las cuerdas, le pongo play al video, enseguida empieza a sonar. Una, dos, tres; se traba el video–. Y punto.

Incidente Mortal Donde viven las historias. Descúbrelo ahora