La sangre molida

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Se oyeron dos disparos que perforaron el torso del hombre, el niño, el mismo niño que trató de matar a mi hermana ahora por igual estaba muerto, no me di cuenta en que momento sucedió, peor aunque fuera un niño y este hecho una completa pena, me intrigaba más saber que era lo que los había asesinado. Tal vez era una solución o tal vez era un peor camino. Era extraño que todos ellos llevaran cubre bocas y guantes. 

–¿Están bien?– apareció un hombre mayor con dos chicos a su lado, los tres llevaban armas. Yo abracé a Tham de inmediato.

–Si, estamos bien– dije entre dientes cuando voltee a ver al hombre y a los muchachos.
Me separé de Thamara, el romance se cosechó de inmediato cuando la mirada de mi hermana se topó con la de Arturo, quien era dos años mayor que ella, pero era el Apocalipsis, eso no importaba ahora, creo. Yo de inmediato me dirigí al auto en el que habíamos legado hasta ese punto en medio de la nada. Saqué por debajo del asiento la sudadera hacha mochila y también la guitarra que estaba en la cajuela.

–¿A donde se dirigían señoritas?, ¿qué les sucedió?

–Creo que el lugar a el que llegaríamos ahora es un sitio perdido en el mapa– dijo Thamara.

–Es tarde, el auto sirve, así que yo voy a conducir– se rasco la cabeza y abrió la puerta para que todos los niños subiéramos ahí. Realmente todos éramos niños.

–Me llamo Adolfo– dijo el señor– Y ellos son mis nietos. El mayor es Arturo y el más pequeño es Alex. ¿Cómo se llaman ustedes?

–Son Thamara.

–Me llamo Alyssa.

–Ten Alyssa– Alex me dió una banda para que cubriera mi herida sangrando de mi mano. Sálelo la herida que yo ni siquiera sentí en mi brazo. Me di cuanta que estaba lastimada cuando volteo a verme justo en la sangre.

–Gracias– dijo Thamara por mí en lo que yo me bebía mi sangre.

Alex y Arturo me veían fijo, para ellos yo era una loca.

–¿Por qué confían en nosotras?

–Son niñas, y este es un mundo cruel. Tal vez mataron a algún muerto pero no creo que su malicia vaya más allá de sobrevivir. – explicó Adolfo.

–Nosotras les decimos molomós.– añadí.

–Me parece un buen término.

–¿Dónde se refugian?

–Era un centro turístico. Ahora tiene espacio y comida suficiente como para sobrevivir. Al llegar allá les explicaremos todo. Existen ciertas áreas llenas de molimós. ¿Así era?

–Molomós, abuelo– reclama Arturo con una pequeña risa.

–Cierto, molomós.

–Si no les molesta la pregunta, ¿por qué todos llevan cubre bocas?– así preguntó ajustando el cinturón de seguridad.

–Les explicaremos todo eso al llegar–dijo el anciano con la voz difuminada por las llantas del carro y su cubre bocas en conjunto.

Me gustaría describir algo del camino, tal vez lo que pensaba o lo que me preguntaba, pero en realidad no lo recuerdo. Lo que recuerdo del camino era el mirar por la ventana todos aquellos postes de luz eléctrica que para esos momentos ya no servían de nada. Hasta ahora me sigo preguntando eso: Si todos aquellos postes de luz continuarán sirviendo, ¿los molomós sé guiarían por la luz y el sonido que ahora se nos da por la electricidad?

Una licuadora usaba electricidad, al igual que una bocina o los focos de casas. Los molomós no se guían por el sonido únicamente, también lo hacen por la vista; claro, los que no desviaron sus ojos; también se guían por el olfato, lo que no es putrefacto, dan por hecho que es sano.

Llegamos ahí, me sorprendió que era menos de lo que esperaba en muchos aspectos, peor a la vez era más de lo que esperaba. Mi defecto por larga parte de la supervivencia fue generarme expectativas altas, debería de generarme los peores problemas y condiciones para estar preparada cuando todo pase ya sea bueno o malo.

Había ms gente. Cuatro hombres y tres mujeres. La construcción era muy grande, por la parte de atrás tenía un centro de energía eólica y una alberca de agua sucia. Nos llevaron adentro, mostrándonos el edificio, el cual habitaríamos en los jardines, en la planta baja, en el primer, segundo y tercer piso.

En la plata baja tendríamos reuniones, en el primer piso es donde se preparan alimentos, en el segundo es un área que antes se empleaba para administrar el lugar, pero ahora de nada servía, así que ahí llevarían molomós para que entrenáramos puntería y formas de matarlo. Ahí mismo, en el segundo piso, había una oficina privada llena de libros y una computadora. El tercer piso era de dormitorios. Estaban presentables y acogedores. El cuarto piso estaba lleno de molomós, al igual que el resto; sin embargo era el octavo piso el que menos de ellos tenía, así era que en caso de necesitar algo, lo mejor era subir al octavo piso.

Adolfo nos llamo para presentarnos a todos los demás refugiados. Los conoceríamos.

Uriel:
42 años.
2. 08 m de alto.
97 kg de peso.
Pelo negro abundante.
Piel morena oliva.
Ojos negros.
Nariz chata gruesa.
Orejas llamativas hacia afuera.
Brazos fuertes.
Vena saltada en la frente.
VIH.
Su hijo murió al iniciar la epidemia.

Este hombre contagió de VIH a Arturo, Adolfo, Alex, Ramiro, Pedro y Ada a propósito y bajo consentimiento de ellos. La razón de esto fue que Uriel llegó con una mordida en el brazo y no se convirtió en Molomó puesto que tenía VIH. Los que tienen SIDA no pueden contagiarse del Kajseller.

Thamara y yo debíamos decidir si queríamos tener VIH con tal de no sé jamás molomós.

Grecia, Romina y /////// eran una familia sin VIH. Romina apenas tenía 1año y 3meses; solo sabía decir leche, mamá, pipí y adiós.

Incidente Mortal Donde viven las historias. Descúbrelo ahora