Adios Thamara

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2059                                             Pasado
Sabíamos que llegaría ese día, pero lo ignoramos hasta que lo tuvimos justo enfrente de nuestras caras. Fue entonces cómo se nos acabó la comida y tuvimos que abandonar el lugar.

Salimos del edificio con cuchillos en mano. No teníamos nada con que protegernos la piel. Bajamos las escaleras sin más que miedo y adrenalina de lo que podría seguir.

Para ese entonces, la mayoría de la población estaba infectada. El internet había caído, no había señal de vida, la luz tintineaba con la constante alarma de irse y no volver a encender.

Sobre mi espalda llevaba la guitarra con su funda, igual una mochila con las pocas latas de elotes, chícharos y frijoles que nos quedaban. En mi manos llevaba la navaja y la pistola a la cual le quedaban siete cartuchos.

Ahora respiraba más que antes la terrible humedad. Sentía los dedos carcomidos y las piernas temblorosas. Jamás baje la guardia, jamás deje de ver a Thamara.

Bajamos las escaleras en silencio. Cuidábamos cada pisada. Llegamos abajo sin toparnos con ningún molomó, aunque al salir claro que uno tenía que salir asomando sus narices en la puerta. Lo aniquile sin ningún problema.

Las calles estaban repletas de ellos caminando en una sola dirección. Planeábamos ir únicamente en dirección contraria a ellos, pero necesitábamos algo que nos asegurara que ellos no vendrían tras nosotras. Así fue entonces cuando encontramos una granada y un auto abierto.
Thamara antes jugaba muy bien fútbol americano (el juego con más reglas), después lo dejó y empezó a bailar. Pero eso los daba la oportunidad de que ella aventara la granada lo más lejos posible, nosotras nos meteríamos en el auto, eso haría que todos los que pudiesen estorbarnos se dirigieran al lado contrario. La lanzó lejos. Volaron pedazos del edificio al final de la calle justo a los brazos y las caras de los molomós. Enseguida me paré frente al carro, agachaba la cabeza para que no me vieran. Thamara estaba detrás de mi, esperando a que yo lograra abrir de lo atorada que estaba la puerta del Tsuru (qué oportuno el maldito carro). Cinco molomós se dirigían justo hacia nosotras, guiados por el sonido de la botaba y la iluminación del fuego que provocamos.
Me desesperé bastante, me sudaban las manos; tenía ganas de gritar, pero aguante porque en ese momento era crucial cualquier movimiento, cualquier sonido, cualquier acción, era la diferencia entre morir o vivir. Por mi mente pasaba mucho, pero lo más importante era "no morirás hoy, y menos como un ser estúpido como un molomó. Mi hermana tampoco lo haría".
Logre abrir. Los molomó aún no estaban cerca de mordernos o dañarnos, por ello subí al auto.
–Lo logré– exprese con una voz de tono medio que se camufla con el ruido demoníaco de los monstruos –. Vamos, sube ahora.

Thamara se agachó, se mordió las rodillas desnudas fuera del auto. No la perdería, salí del auto a empujar su gigantesco trasero hacia el carro débil. La subí a la fuerza, logre ponerla a salvo; ya era tarde para que yo hiciera lo mismo, tres molomós ya estaban a mis espaldas, otros dos estaban retrasados, y unos diez más estaban aún lejos. Cerré la puerta del auto con la intención de dejar a salvo a mi hermana. Le clavé la navaja a uno, justo en el cráneo. Tal vez uno o dos eran combatibles, pero ya eran demasiados cercanos a mi, así que me escabullí debajo del auto.

Dato inesperado: Los monstruos pueden agacharse.

Dos estaban abajo, tratando de entrar donde únicamente cabe el cuerpo de una niña de nueve años, así entonces volví a clavar la navaja en la cabeza de uno en lo que escuchaba la respiración cansada y alterada por encima de mi nariz. Mientras estaba distraída, sentí la mano de un molomó sobre mi pierna. Solté movimientos bruscos a donde caían, dejó de moverse muy rápido, así fue entonces como me sentí aliviada. Veía pasar al costado del auto los pies que casi arrastraban el asfalto. Saque un suspiro. Voltee a donde se encontraban los dos que acababa de matar debajo del auto. Esperaba salir de ahí abajo lo más pronto posible, pero no era posible con una mandíbula recién clavada en mi hombro izquierdo. Sentí la presión del molomó sobre mi hombro, mordiéndome. No sentí dolor, lo que sentía era un cosquilleo combinado con miedo. Actué impulsiva, buscando la pistola con mi mano. Le di en la cabeza. Ahora casi veinte molomós sabían dónde estaba, todo por una bala.

Incidente Mortal Donde viven las historias. Descúbrelo ahora