Belleza.

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Hades, enarcó una ceja, la discusión se había prolongado por más de diez minutos en los que había estado escuchando las razones que cada uno de sus jueces exponía para quedarse con el alma de uno de los caballeros de oro de Atenea; sí, los tres. Hades se hundió más en su trono, acababa de concluir una guerra en donde ellos habían quedado muy mal parados y lo primero que hacían era discutir, no lo podía creer.

Todo había comenzado cuando un espectro le notificó que los Jueces se estaban peleando cerca del Flagetón. Apenas las cosas en el inframundo habían vuelto a la normalidad y ya los jueces—que se supone son los encargados del mantener todo en orden—estaban discutiendo.

Minos, reclamaba el alma para sí, alegando que le pertenecía por «derecho de antigüedad»; a él, se le había unido Radamanthys, pidiendo que se le entregara esa alma, ya que Minos, la había corrompido durante los dos siglos que había estado con él. Minos, se había defendido diciendo que lo amaba y que por eso lo había hecho y que por ello, el alma del santo de Piscis le correspondía.

Hades, tamborileando sus dedos en una de sus rodillas, escuchaba tan atento como podía, pero, sin saber cuál era la razón de la pugna, no podía realmente emitir un juicio, así que los mandó acallar en el acto.

—¿Me pueden explicar, por qué o para qué quieren esa alma?—preguntó el dios lo más sereno qué pudo.

—Verá—comenzó el Wyvern—Yo juzgué el alma de Piscis antes de que los Santos de Atenea llegarán hasta aquí y bueno, hubo algo que...—dijo en un titubeo. ¿Cómo explicarle a su señor qué le había dado su primer beso a ese santo? ¿Qué el caballero de Piscis le había robado el corazón a él?

Recordó la expresión de asombro en el rostro del bello santo cuando tocó su mano, como si ese simple contacto fuera lo más fascinante del mundo. La mirada casi agradecida de esos celestes ojos después de robarle su primer beso, como sí hubiera sido el regalo más maravilloso que hubiese recibido en su vida. Tal vez lo fue, ya que, el mismo santo, que en sus veintidós años de vida, jamás había tocado a nadie, nadie lo había tocado y quienes lo hicieron, pagaron con su vida.

Él, había quedado hechizado por la expresión de inocencia que se apoderó del bello rostro qué normalmente se mostraba altanero, insolente y sarcástico, que lo dejó deseando al santo.

—... Me dejó pensando—continuó Radamanthys—, pues me enteré que esa alma, usted se la había dejado a Minos después de la Guerra Santa anterior y qué él—apuntó al de Griffon—durante los doscientos años que estuvo a su cargo lo corrompió.

—¿Eso es verdad, Minos?—preguntó Hades sin mucho interés.

—Sí, pero fue sin mala intención, Albafica no me correspondía y tardé años para que me aceptara, no puede quitármelo, prometió qué podía seguir a mi lado cada que él retornara a su reino.

Hades recordaba eso, pero no podía quedarse tranquilo sabiendo lo que Radamanthys acababa de informarle, tenía que meditarlo.

—Lo justo es que yo me quede con él —Aiacos habló serio—sí lo deja donde está, a parte del sufrimiento que le corresponde, tendrá que cargar con la presencia de estos dos hostigándolo a cada hora que puedan.

—¿Podrás evitar que lo hostiguen menos de lo que lo hacen ahora? —preguntó con fastidio Hades. Aiacos solo estaba ahí para molestar.

—Claro que no, la pondría más fácil—dijo con su suave sonrisa Minos.

—Lo supuse.

Hades, analizaba la situación que tenía en pugna a sus tres jueces, no podía fallar en favor de ninguno, pero tampoco podía ignorarlos, ya que seguirían hostigando, no solo al santo en cuestión, sino a todos los que estuvieran cerca de él, tanto almas como espectros. Movía sus dedos rítmicamente sobre el reposabrazos de su trono en señal de meditación.

Afrodita x Shura Historias CortasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora