Amor

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Afrodita veía con cierto fastidio a los dos jueces que se paseaban por las orillas del río, no podía creer que su castigo también consistiera en la presencia de los espectros más poderosos al servicio de Hades. Había esperado que les quedara claro que no quería saber nada de ellos después de aquella lejana discusión en el tribunal de Radamanthys, pero al parecer, no era broma que lo querían para sí. Maldecía a su suerte y a su predecesor, involucrarse con el juez que lo había matado, ¿era enserio?, no se podía ser más idiota.

Aunque viendo la insistencia de aquellos jueces, tal vez, Minos, ni siquiera le había dejado opción a ello y lo aceptó más por fastidio que por gusto. Le daría el beneficio de la duda, no quería ni imaginar que compartiera destino y pasado con alguien que aceptaba a su verdugo en su cama y encima llegara a sentir algo por él. Sería denigrante. Miró a su alrededor, debía agradecerles a los jueces que le dieran algo en qué pensar, pues, por estar pendiente de ellos, a veces olvidaba el lugar en que se encontraba y, eso era bueno a su parecer.

Los gritos de los jueces llamaron la atención de todos los presentes, tanto espectros como condenados y es que a Minos y Radamanthys, se había unido Aiacos. Afrodita elevó una de sus cejas, eso era increíble y todo por él; lamentaba que el tártaro no hubiera sido el lugar de su condena, sería mejor que ver a diario a esos jueces. Quiso hundirse cuando en el río cuando los tres miraron en su dirección y parecían decididos.

—Albafica—Afrodita bufó, si de algo estaba seguro, es que, aunque Hades se lo ordenara, Minos no era opción, odiaba que siguiera llamándolo así cuando tanto él como Radamanthys habían dejado claro que su nombre era Afrodita—dile a este que te deje en paz y que vendrás conmigo.

—No tienes derecho a reclamarlo después de lo que hiciste—habló Radamanthys con ese tono serio y grave, Afrodita debía reconocer que al Wyvern sí lo contemplaba como opción, le caía bien y, aunque no era la persona que hubiera querido, fue su primer contacto con otro ser humano, tenía ventaja—entiéndelo.

—Los que no tienen derecho a perturbar la paz de esta prisión son ustedes, ya lárguense y olviden al prisionero, que para rematar es un santo de Atenea, ¿están locos?

Afrodita se corrigió en el acto, Aiacos era quien mejor le caía, le agradaba su sentido común. Eran enemigos, lo que debían hacer era dejarlo que sufriera su castigo en paz, después de todo, si lo liberaba de su prisión para tomarlo, sería liberarlo del justo castigo que merecía por sus actos en vida, no merecía misericordia ni siquiera de los espectros de Hades.

Sumido como estaba en sus pensamientos, no notó que Minos lo había tomado de las muñecas con su marioneta cósmica, se había metido hasta la mitad del rio hirviente para alejarse lo más que pudiera de ellos, pero, por lo visto, no sirvió de nada. La discusión se desató a su alrededor nuevamente. Se mordía los labios en frustración por no poder alejarlos con sus rosas, sin su veneno en la sangre, eran inútiles. Sin embargo, su cosmos sí que se elevó, llamando la atención de casi todos los que habitaban el Inframundo.

Tan así fue, que el cosmos de Afrodita llegó hasta donde se encontraban los condenados al Cocytos, Shura lo pudo sentir y reconocer en el acto y, sacando las fuerzas que creía ya no tener, pudo liberarse de su prisión de hielo para escabullirse hasta donde se encontraba Afrodita, sin poder ser detenido por ninguno de los espectros que intentaban detenerlo, por lo visto, los jueces seguían siendo los únicos que podían hacerle frente a un santo y eso lo hizo acelerar el paso.

La imagen que encontró en las orillas del Flagetón lo dejó pasmado por un tiempo, aquello debería ser una broma: Afrodita sujetado por la marioneta cósmica de Grifo y Radamanthys a punto de usar la Great Caution para liberarlo, mientras Garuda intentaba razonar con ellos. Afrodita miró en su dirección con suplica, al parecer fue el único que notó su presencia, no tuvo tiempo a cuestionarse nada, ni siquiera meditó en sí sería capaz de usar Excalibur, simplemente atacó.

Por fortuna, su técnica no había sido restringida, la afilada hoja de su espada rasgó todo lo que encontró, incluidos los hilos del marionetista y Afrodita quedó libre en el acto, tomando por sorpresa a los jueces; Shura estuvo dispuesto hacerles frente, pero habían armado tal alboroto que, en ese preciso momento, la voz de Hades exigió su presencia y no tuvieron más remedio que atender la orden. Shura se lanzó por Afrodita, no estaba dispuesto a dejarlo solo.

En aquel rio, Shura le confesó los sentimientos que había ocultado mientras estuvieron en vida, ya que sabía que Afrodita no los iba aceptar, ¿de qué valía amar alguien sí no podías tocarlo?, por eso le sorprendió cuando Afrodita le dijo que él sentía lo mismo y con tristeza le contó lo que había pasado en el tribunal de Radamanthys de Wyvern. Después de eso, ambos se habían lanzado al rio hirviente; conscientes de que tarde o temprano serían separados, pero al menos, disfrutarían del tiempo que pudieran tener.

Shura, supo lo que tenía que hacer cuando vio la figura de Hades en un extremo del rio, hablando con alguien que jamás había visto, pero cuya belleza podía competir con la de Afrodita. Cuando notó que el dios por fin se había quedado solo, se despidió de Afrodita con un cálido beso en los labios y fue directo a hablar con Hades. 

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Continuará...

Afrodita x Shura Historias CortasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora