Amistad.

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Una viñeta de estos dos de pequeños.

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El sol del mediodía destellaba en todo su fulgor, el cielo raso de un azul que, al pequeño que corría por los prados que bordeaban El Santuario, le recordaba el color de los ojos del niño que desde hacía más de media hora no podía encontrar. Estuvo jugando con el aprendiz de Piscis, tal y como su maestro —como favor especial a Saga —le había indicado, hasta que este, de pronto se le había perdido de vista.

Caminó a la sección del prado en la que solía ver a Afrodita, siempre solo porque ningún niño quería jugar con él, rodeado de flores a las que, Shura, desde la distancia en la que solía contemplarlo, le daba la impresión de que les hablaba con la tristeza reflejada en sus ojos celestes, pero sabía encubrirla con indiferencia hasta que estaba solo y creía que nadie lo miraba es que dejaba escapar pequeñas lágrimas.

Shura, siempre había querido acercarse, pero no había sido hasta esa mañana, en la que Saga, se presentó en su área de entretenimiento con un nervioso Afrodita siguiéndolo de cerca. Luego de cruzar unas palabras con su maestro, este le dio el permiso de saltarse el entrenamiento de ese día y jugar con Afrodita. Así habían pasado las horas, primero intentando que Afrodita le tuviera confianza; luego jugando a cuanto se les había ocurrido.

Sonrío cuando al fin vislumbró la cabellera celeste de su nuevo amigo, con el temor de que Afrodita hubiera huido de él por aburrimiento. Se acercó con cautela, intentando adivinar qué era lo que el otro hacía, pues desde la espalda, solo podía verlo mover sus manos y oírlo murmurar cosas que no lograba entender.

—Afrodita —lo llamó despacio, poniendo una mano sobre su hombro.

—¡Shura! —exclamó sorprendido levantándose de golpe —¿Qué haces aquí?

—Te estaba buscando, de pronto desapareciste.

—No era mi intención —dijo en voz baja y con las mejillas encendidas —yo quería sorprenderte con unas rosas, pero no me salen.

Afrodita mostró unas pequeñas rosas rojas en botón y Shura abrió los ojos con sorpresa, no esperaba que el otro niño quisiera regalarle una de sus rosas, sabía lo que estas podían hacer —no había maestro en el Santuario que no advirtiera a su alumno de ello —, sin embargo, Saga le había asegurado que, de momento, eran inofensivas, por lo que podía estar tranquilo.

—¿No las quieres?

La voz de Afrodita lo sacó de sus pensamientos y vio con horror como perdía la sonrisa y sus ojos se llenaban de lágrimas, se reprochó por ser tan lento.

—¡Claro que sí! —exclamó con una sonrisa tomando las flores —son muy bonitas —vio el rostro de Afrodita iluminarse.

—¡Afrodita! —una voz molesta los hizo girarse, solo para ver al santo de Sagitario acercarse —¿Cuántas...

—¡Aioros! —la voz de Saga lo interrumpió dejándose oír por todo el prado, con la advertencia impresa en cada letra —No te atrevas a terminar esa frase, yo me hago cargo.

Los mayores se miraron fijamente durante varios segundos, para nadie era un secreto que Saga protegía a Afrodita como si fuera su alumno o más, como a su hermano y había prohibido a todos en el Santuario hacer cualquier comentario sobre su apariencia, dudar de su poder o hacerlo sentir mal por sus —futuras — rosas venenosas. Aioros suspiró resignado.

—Como quieras —fue su escueta respuesta antes de girarse, viendo por un instante con preocupación las rosas que Shura conservaba en sus manos.

—¡Saga! —gritó con emoción Afrodita con emoción cuando Aioros se hubo alejado —Shura aceptó mis rosas.

—Eso veo —dijo agachándose a su altura —pero por qué no me dan esas rosas y ustedes siguen jugando —le pellizcó la nariz.

—¡Sí! —Afrodita le arrebató las flores a Shura, para pasárselas a Saga y luego arrastrar al otro con él en dirección al río.

Saga los vio alejarse con una ligera sonrisa en los labios, alegrándose porque el pequeño Afrodita al fin tenía un amigo. Nadie tenía derecho a apartarlo solo por las técnicas que por su constelación debía aprender. Sintió un leve cosquilleo en su mano, señal inequívoca del veneno que las rosas tenían, sonrío, ya luego le explicaría a Afrodita el por qué no podía ofrecer sus rosas como obsequio.

—Shura —lo llamó Afrodita mientras se tiraba al pasto para que el sol lo secara luego de estar nadando por quien sabe cuánto tiempo.

—¿Sí? —respondió el otro tirándose a un lado y viéndolo fijamente.

—¿Me prometes que siempre seremos amigos? —Shura tuvo que sonreír ante eso.

—Claro que sí, Afrodita. Siempre seremos amigos —respondió con voz segura, recibiendo una sonrisa de vuelta.

FIN

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¡Gracias por leer! 

Afrodita x Shura Historias CortasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora