capitulo 2: habitual

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Martes por la mañana, los pájaros cantan mientras el sol atraviesa mi pequeña ventana haciendo que los mismo rayos me den en el rostro. Me levanto de un sorprendente humor, el cual no se a que se debe ya que todos mis días son iguales.

Levantarse, bañarse, comer y lo más gracioso: los "recreos". Aunque a mi me gusta llamarlos de otra forma, "lapsos en los que se trata de aparentar que somos normales cuando en realidad nos tratan como si fueramos incapaces mentales" los médicos dicen que estos lapsos de tiempo es para que podamos relacionarnos, lo cual a mi nunca me funcionó, no obstante, mucha gente los disfruta.

Sin embargo que lo disfruten no da pié a pensar que nos hace mejorar. Los mejores planes se planean cuando la mente aparenta descansar.

A esta hora 10:30 a.m normalmente me dirijo a las duchas, casi siempre llego tarde pero lo hago para poder disfrutar de ellas ya que aquí, es el único lugar en el que los 3 pisos se juntan.

Si, tres pisos y más de mil residentes. Las duchas sin duda son un completo desastre, uno del cual no quiero ser parte.

Una vez termino, salgo y me miro al espejo que se encuentra delante de mí.

Soy una chica normal con mis curvas pero no estereotipo, soy normal. Mi pelo castaño que ahora cae por la parte de mis costillas se encuentra húmedo por la reciente ducha, me fijo en mis ojos los cuales son de un color grisáceo, cambiantes según el día y ese día es hoy. Los encuentro un poco más cristalinos de lo normal, me pregunto que cambiará hoy.

Al terminar de verme me visto y me voy.

Caminando hacia el comedor me encuentro que en la puerta principal hay un chico el cual no llama mi atención pero me hace observarlo unos segundos. Era un nuevo residente.

Me mira, me sonríe y mi mueca ante su fallido intento de ser carismático resaltó sobre todas las muecas que podría haber hecho. Que desagrado.

Una vez en la cafetería, me siento en una mesa, y mientras devoro mi medialuna me meto en mis pensamientos desconectandome un rato del mundo.

A veces todas las voces de la cafetería quemaban cada uno de mis neuronas vivas.

—¿Qué hay, preciosa?—escucho la voz de Kendra asustandome. Si, un nombre bastante particular.

Ella es algo así como mi amiga. Llegó poco antes que yo y cada vez que se trataba de acercar, me alejaba al instante.

Llegue a descubrir que sufre de ataques psicológicos y si bien, eso no la hacía merecedora de mi confianza después de todo estábamos en el mismo lugar y no iba a poder escaparme de ella mucho más.
Mi decision fue dejar de alejarme para no vivir con la tortura de huir de cualquier lugar cuando sintiera su presencia. Y bueno, ya saben, ella me tomó cariño.

—Hola Kendra, ya sabia yo que hoy seria un dia interesante contando con tu... admirable presencia—el sarcasmo fue palpable y ella lo noto pero simplemente lo ignoro.

Y lejos de alejarse, se sienta frente a mí.

¿Quien diría que una chica tan alegre podría estar tan consumida por sus propios demonios?

Si me dieran a elegir 10 persona que aparentan tener algún trastorno sin dudas, ella, no estaría en esas 10. Es tan normal, tan alegre, tan irritante, tan kendra.

—¿Oíste que llegó un chico nuevo? Dicen que es precioso—En los ojos de mi ami... de la chica frente a mi, se reflejaba la emoción.—Por lo que escuché su nombre es Ezra Wein.

—Si, lo sé—Me encojo de hombros restándole importancia—Lo vi, no es la gran cosa.

—¿lo viste? Dime, dime cómo es ¿Es nerd? ¿Es lindo? ¡Es un nerlindo!—Ella comenzó a hacerme preguntas las cuales me estaban irritando, así que decidí contestar.

—Si sigues gritando solo conseguiras que te odie un poco mas de lo normal, tranquilízate ¿si?. Por lo que vi es rubio, alto y no de esos altos llamativos, de esos altos de los que piensas que realmente existieron los gigantes de roca.—La miro haciendo una mueca—De todas formas sabes que tu y yo tenemos gustos diferentes.—Comenté para dar por finalizado el tema.

Ella logra entender la indirecta y mientras asiente pensativa se queda en silencio. Por suerte es de esas personas que no son tan lentas.

Osea si lo es, pero me refiero a que por más intensa que sea, sabe cuando callarse, y agradezco eso.

Llegó la tarde rápidamente y con ella mi hora del psiquiatra. 

Me encamino hacia el despacho del Sr. Surrens y una vez llego, soy invitada a tomar asiento en el sofá individual que se encuentra frente al de él.

—Sabe que puede contar conmigo Srta. Spiles—

El sarcasmo se apoderó de mi al instante y la risa no tardó en salir. Si contará las veces que dijo eso, sería completa y absurdamente rica.

—¿Alguna vez se preguntó el porqué no hablo con usted? Tal vez quiero matarlo, ¿usted que piensa?—me cruce de brazos retando al hombre frente a mi.

Se que lo incomode y por un lado, es gracioso.

Normalmente, Surrens, batalla una gran guerra contra mi silencio para que diga algo respecto a cómo me siento.

Lamentablemente siempre consigue lo mismo, nada.

Se aclara la garganta respondiendo—Si usted comienza a sentir deseos de matar creo que deberíamos hablar sobre eso ¿no cree?

Ay por dios... es que este hombre se toma todo literal.

Niego mirándolo— Esto es una completa pérdida de tiempo, ¿cree que con solo hablar una hora por día mi vida va a cambiar por arte de magia?—río— Usted es el loco aquí. Piensa que una mente puede ser reparada cuando en realidad lo único que sucede es que está pudriéndose—digo algo enojada.

No entiendo porque siempre es lo mismo. Yo estoy bien, hace mucho tiempo que no escucho voces y siguen tratando de retenerme en este lugar, en unas malditas cuatro paredes que solo hacen que mi corazón pierda lo poco que le queda de esperanza de algún día poder salir.

Su silencio fue suficiente para entender que esta sesión terminaría igual de mal como las anteriores. Nada iba a cambiar.

Para ellos siempre iba a estar loca. Los entiendo, debe ser difícil estar con personas tan mal pero... yo estoy bien, se supone que debería irme.

—Bien, como dije, una pérdida de tiempo—mi queja resuena.

—Señorita Spiles...

—Mañana será otro día, Doc.

Sabía que sería llamada por él pero no me importó. Solo seguí caminando fuera de aquella oficina tétrica.

Porque lo era, todo tan monocromático que daba miedo. El marrón de la madera gobernaba aquella sala, lo que discrepaba del resto del psiquiatrico.

Los pasillos se sentían raros, se sentían con una constante agonía la cual me hizo dar escalofríos. Muerte, solo eso podía oler y sentir.

Nadie murió pero era raro, tenía una sensación en mi cuerpo y ese olor... ese olor trae sufrimiento con él.

Tranquila, ellos no nos entienden.

—¿Que?

Mi mirada recorrió cada parte del lugar, aunque claro, era imposible. Estaba en mi cuarto y dentro no hay nadie.

Solo yo... y mi mente.

psicosis del amor ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora