|ELLOS

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«Puede que olvidará quien soy, puede que mi realidad no sea más que un sueño»


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Desperté.

Sus ojos completamente negros me miraban. Comencé a respirar rápidamente y mi corazón latía de prisa.

Estaba en el techo. Sus piernas y manos estaban pegadas a el, le sostenían. Y su cuello, su cuello se torcia de una manera imposible para un ser humano. Poseía una apariencia terrorífica: negro como la noche, con una lengua larga que sobresalía de su boca, sonriendo de manera sádica, siendo consciente de que lo miraba. No tenía dientes, solo su asquerosa lengua.

Quizás esta noche moriría.

Tal vez.

—No me gusta que me miren...

Murmuró con una voz entrecortada, como si le faltará el aire. Como si se ahogara.

Lentamente miré hacía mi costado, apartando mi vista de él.

El interruptor estaba a tan solo unos pasos, tenía que salir de la cama y correr. Eso hice. Corrí hasta mi única salvación, el interruptor. Lo toque con mi mano y la luz invadió todo el cuarto. Volví a mirar el techo mientras jadeaba, él ya no estaba allí.

Suspiré, apoyando mi espalda a la pared y dejándome caer hasta el piso. Cuanto lo odiaba.

Quería llorar, pero las lágrimas no salían. Era como si estuviesen atoradas.

Me levanté del suelo tratando de conservar la calma. Dirigiéndome al baño para lavarme la cara, me dí una ducha y me cambié. Traté de ocultar mis ojeras, pero era casi imposible.

Era curioso que después de tantos años siguiera temiendoles. Me sorprendía a mí misma temiendoles más cada día. Los odiaba con todo mi ser. No me podían dejar tranquila y vivir mi vida con normalidad.

Agarré mi mochila y caminé fuera de la casa. Mi tía debería seguir durmiendo, eran las dos de la madrugada. Al menos, esta vez si me dejaron dormir un poco más. Caminé en silencio durante varios minutos hasta acabar sentada en una banca de un parque cercano.

Miré mis brazos levantando las mangas hasta mis codos, tenía raspaduras a lo largo de ellos.
Hace dos noches me habían perseguido hasta hacerme caer por una montaña, como resultado me quedaron varias heridas pequeñas. Huir de ellos nunca me trae nada bueno.

Bajé las mangas escondiendo mis brazos. Solo podía esperar que no me molestaran más.

Tenía miedo, como todos los días a lo largo de mi vida, ¿Como sería vivir sin miedo? Vivir una vida como la de mis antiguos amigos, una normal donde no tenga que preocuparme sobre mi muerte en manos de espiritus malignos. Me encantaría preocuparme por no poder ir a un partido, por no rendir en una práctica, por faltar a la escuela, por enfermarme. Cualquiera de esas cosas. Pero después recuerdo que soy yo, y yo no puedo preocuparme por esas cosas.

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MIL DEMONIOS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora