|EXHAUSTA

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«Una pesadilla seguirá siendo una pesadilla y mi vida... Mi vida seguirá siendo lo que tendré que vivir»

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Respiración acelerada.

Corazón latiendo a toda velocidad.

Miles de pensamientos en mi cabeza.

Todo en un segundo.

Corría. Yo corría. Iba rápido, lo más rápido que mis piernas podían moverse.

Tenía que correr por mi vida. No podía llegar a casa. No podía estar con mi tía. No me arriesgaría.

Hace un minuto atrás iba de camino, pero los susurros me detuvieron. Corrí cuando ví a una figura esquelética de un hombre con sombrero. Estaba detrás de mí, estático, en mitad del camino.

Me desvíe del sendero. No iba a casa, ahora solo corría, escapaba de algo que yo no entendía. Me detuve jadeante. Estaba rodeada de arboles, ¿Dónde estaba? No tenía ni la menor idea.

Traté de localizar la figura esquelética por todo el lugar, pero no escuchaba sus pisadas.

—¿Arcadia?

Esa voz.., era... Espeluznante. Retorcida.

—... Tu tiempo se agota, ¿Cuanto creés que aguantaras, pequeña niña?

Silencio.

Miré hacía atrás de donde provenía la voz, pero no ví a nadie.., volví a mirar hacía delante, él estaba allí; del miedo que me invadió caí en la tierra.
No lo esperaba frente a mí.
Su rostro no se veía, la poca luz y el sombrero que llevaba no lo permitían.

Extendió su brazo hacía mí, se acercaba a mi cara cada vez más.

Dejé de respirar.

Sus uñas largas acariciaron mi mejilla, realizando presión. Sentí como traspasaban mi piel y como dolía, hasta que por fin reaccioné. De un movimiento brusco me arrastré en la tierra, colocándome de pie, comenzando mi huída.

Toque mi mejilla mientras corría, sentía ardor. Miré mi mano, sangre. Me logro rasguñar.

Escuché como susurraba a mi lado.

—... El tiempo se agota...

—... Tu tiempo, Arcadia...


—... Su tiempo...

—Él tiempo de quienes
te rodean...


Sus susurros me acompañaron a casa, no sé cómo, pero había llegado. Rápidamente entre a mi cuarto y cerré la puerta, me tumbé en ella hasta caer sentada en el suelo, recostando mi espalda. Cerré mis ojos fuertemente recogiendo mis piernas y pegandolas a mi pecho. Mis brazos las rodearon.

Traté de recuperar el aire, traté de recuperar mi respiración pausada, buscando desesperadamente calma. No obstante, al abrir los ojos noté que las cuatro paredes de mi habitación habían sido rayadas con la misma frase en rojo vivo.

«...El tiempo se agota..

Mi tiempo se estaba acabando o al menos eso pensaba que significaba, eso implicaba que ahora me intentarían matar. Lo de hoy solo fue una advertencia, de eso estaba segura, no existía dudas, la prueba de ello era la gota de sangre que caía por mi mejilla y el ardor que provenía de allí mismo.

Las lagrimas empezaron a descender de mis ojos. Estaba cansada, estaba harta de todo esto.

Si tan solo las cosas fuesen más simples...

Miré mi reflejo en el espejo del baño. El rasguño había sido evidente, pero no era tan grande como para entrar en pánico.

No me agradaba esto.

La ira acomulada escapó y uno de mis puños terminó en el espejo.

Yo no pedí esto.

Otro hizo impacto, más fuerte que el anterior.

Yo no quería esto.

El tercero rompió el espejo.

Odiaba esto.

Los trozos se clavaron en mis manos.

Y lloré, lloré porque sabía que estaba acabada. Que no podía huir todo el tiempo que me quedaba. Que en algún momento ellos me matarían, me volverían trizas, y yo no sería más que una chica que vivió una pesadilla o la pobre niña tonta que murió sin razón.

Volví a esconder mi cabeza entre mis rodillas, sentada en el suelo del baño. Mis nudillos sangraban, estaban destrozados. Mi mejilla ardía y el dolor que sentía no me ayudaba en lo absoluto a sobrellevarlo. Toda yo estaba herida y nadie lo notaba. Tal vez me debía de felicitar a mí misma, estaba haciendo mi trabajo de maravilla, pero, ¿Por qué era tan difícil pedir ayuda?

Acabé llorando esa noche. De hecho, lloraba casi todas las noches. Sin querer, ese se había transformado en mi pasatiempo más odiado, pero común.

A la mañana siguiente evadí a mi tía lo más que podía. Era triste que se haya acostumbrado a respuestas monosilavas de mi parte, era triste que se sintiera feliz de verme de reojo. Ella no se merecía un trato así, de hecho, nadie se merecía un familiar, amigo o conocido como yo.

—Arcadia, ¿Qué te sucedió?—me preguntó angustiada. Había visto la herida que decoraba en mi mejilla.

—Nada—negué sin poder verla a los ojos.

Ella intentó acercarse, pero yo retrocedí. Noté como sus ojos perdieron el brillo que tenían, estaba triste.

—Bien... En la cocina esta la comida y.., yo saldré así que...

Asentí.

Ella me dedicó una mirada llena de nostalgia y caminó hasta salir de la casa.

Esa simple conversación fue la más larga que había tenido con mi tía y eso, era algo aún más triste.

Aproveché que ella no estaba en casa para quitar las palabras escritas a lo largo de las paredes de mi cuarto. Pinté todo y no había quedado para nada bien. Pero ya me había acostumbrado, últimamente nada me salía bien, ni siquiera lo que pensaba.

Yo... Estaba harta.

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MIL DEMONIOS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora