|MONSTRUO

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«Una marca invisible que me persigue todos los días»

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Unas horas después del incidente en el que Sofi murió mis padres llegaron y lo primero que vieron fue el cuerpo sin vida de su hija mayor y la preferida entre las dos. Mi madre gritó y mi padre estaba estático, sin poder creer lo que veía.

No bastó mucho tiempo para que las ambulancias, los policías y personas de traje que no me acuerdo de donde venían o para qué, llegarán a inspeccionar el lugar.

Mis recuerdos de esa noche no son satisfactorios para nadie. Ni siquiera para mi.

Cuando me encontraron en mi habitación mi madre explotó en gritos y llantos, en los cuales me culpaba a mí de su muerte. Mi padre solo miraba, pero estaba decepcionado, lo sé. Mi madre me culpó diciendo que yo la había tirado por la ventana, y así, su vida terminó bajo las manos de su hermana menor, ¿Razón? Envidia. Y yo... Yo no lo negué.

Nunca dije como Sofi había muerto. Nunca comenté sobre ello. Nunca negué las cosas que mi madre decía sobre mí. Nunca quise que mi padre dejará de mirarme de aquella manera.

La investigación se cerró cuando llegaron a la conclusión de que un ladrón entro en la casa, tratando de llevarse cualquier cosa de valor, y nosotras al estar allí solo fuimos víctimas. Mis padres nunca creyeron esa estupidez.

Que me creyeran la asesina de Sofi y que me odiaran era lo mejor.

Solo podía estar de acuerdo con mi madre en una sola cosa, yo era un monstruo. Causo muerte donde quiera que voy y automáticamente, a quien se acerque a mí.

Por ello, siempre decido alejarme.

Hoy es viernes, mañana será sabado y así pasaran tres días. Yo esperaré el lunes, será el final de las clases y las vacaciones darán inició. Muchos esperaban ese día con ansías y yo no era la excepción. Planeaba pasarme todos los días encerrada en mi cuarto. Sí, ese era mi gran plan.

—Arcadia, ¿Piensas salir hoy?—la pregunta de mi tía me tomó desprevenida, pero aun así le respondí.

—Sí...—me límite a decir.

Le dirigí una mirada rápida antes de salir de la casa.

No odiaba a mi tía, de hecho, la amaba, y por esa simple razón la trataba así. Sé que la lastimaba, pero era mucho mejor que su muerte. Eso nunca me lo perdonaría.

Caminé a paso lento, con las manos en los bolsillos de mi sudadera roja. Me dirigí hacía la playa y me senté en la orilla donde las olas cesaban.

Amaba esto. Amaba vivir, por mas fea que sea mi vida, la amaba.

Cerré mis ojos dando un suspiro. La calma que me invadió en ese momento era indescriptible. La brisa, el mar, los sonidos... Todo era completamente perfecto. Un momento de paz.

Unas carcajadas me hicieron abrir los ojos. Miré hacía mi izquierda, eran chicos de mi edad que venían conversando. Tal parece que no era la única que decidió salir a dar una vuelta por la playa.

A medida que se iban acercando los identifiqué. Eiden era uno y los demás eran sus amigos, los cuales también eran de mi clase.

Decidí seguir indiferente y mirar el mar. El sol se escondía, pronto la noche daría su lugar. Solo esperaba que el grupito de chicos no prestará atención en mí y siguieran adelante. No quería ver más muertes.

—¿Arcadia?—escuché—¿Eres Arcadia, cierto?

Levanté la vista para mirarlo. Yo seguía sentada en la arena, por ende, ellos me ganaban en altura.

Era Eiden. Y por desgracia, sí le había importado mi presencia.

Asentí.

—¿Admirando la vista?—preguntó mirando hacía el atardecer.

Asentí.

—Ya veo...—murmuró.

—Ya déjala, Eiden. No quiere hablar contigo, hermano—intervino uno de sus amigos, al cual identifiqué como Yefri.

Todos rieron.

Quería decirle que eso era mentira o que no se metiera, pero tal vez eso haría que se fueran más rápido.

Eiden hizo una mueca graciosa colocando sus brazos como jarra. En otro momento me fuese reído de su mueca.

—Bueno, Arcadia. Haré una fiesta el lunes, ya sabes, terminan las clases. Te estoy invitando—sonrió.

Quise decirle que no asistiría y que se guardara sus palabras, ya que no funcionarían conmigo, pero si le decía que sí asistiría se iría de una maldita vez.

Sus amigos me miraban espectantes, también él. Esperaban una clara respuesta.

—No es obligación. Es solo que queremos conocerte más y bueno, pensamos que...

—Esta bien—interrumpí al peli azul llamado Nestor—Allí estaré.

Eiden asintió sonriendo. Todos se dieron la vuelta para irse, pero antes de perderlos de vista lo escuché.

—¡Te estaré esperando!

Eiden era un extraño, tenía las mejores calificaciones, tenía grandes amigos. Las personas lo amaban. Donde quiera que iba causaba sonrisas. Era divertido.

Sus ojos cafés oscuros y su cabello castaño desordenado llamaban la atención de cualquier chica, podía tener a la que quisiera, pero nunca había salido con alguna. Ni siquiera sus amigos habían salido con alguna chica.

Eran buenos chicos, pero no me explicaba su forma de ser. Unos rompe corazones. Todas los querían, pero ninguna los tenía. Era, incluso, gracioso.

La noche cayó. Tenía que irme a casa, tenía que estar pendiente.

En cualquier momento aparecerían.

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MIL DEMONIOS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora