|E P Í L O G O

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«Perdonenme por las palabras que nunca salieron de mi boca... Perdón»

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Estabamos en el bosque ubicado detrás de la casa de campo del padrastro de Eiden. Según Yefri, si queríamos hacer las cosas bien teníamos que aprendernos el terreno. Habíamos estudiado y memorizado todos los lugares de la residencia y ahora teníamos que seguir con el sendero del bosque. No podíamos darnos el lujo de perdernos o de ser las víctimas de ellos. Esto tenía que acabar esta misma noche.

Eiden se detuvo estrepitosamente haciendo que nosotros también lo hicieramos puesto que él era el primero eh ibamos uno detrás del otro.

—¿Pero que te pasa Eiden? Por lo menos avisa—le reclamó Yefri.

—Shhh... Mira esto—le calló el castaño.

Pronto ambos estabamos al lado de él y veíamos en la misma dirección. En la tierra estaba una paloma muerta, pero no parecía una muerte común. Todo su pecho estaba abierto, dejando a la vista sus víceras y la sangre que cubría su plumaje blanco. Tampoco tenía cabeza.

—Parece como si...—Yefri tomó una rama seca que encontró en la tierra y movió el pequeño cuerpo sin vida, le dió vuelta y soltó la ramita de inmediato—Mierda, que asco.

Al darle vuelta era aún peor, la paloma tenía lo que parecía ser una mordida que ahora estaba cubierta por todos los bichos del bosque. Hice una mueca.

Un mal augurio—dije.

Yefri asintió con un movimiento de cabeza de acuerdo conmigo. Eiden suspiró sonoramente antes de dirigirnos, de nuevo, la palabra.

—Regresemos. Es tarde y lo peor que podría pasar es que nos agarren en el bosque.

Tenía razon así que no le llevamos la contraria y le seguimos hasta la casa. Habíamos explorado la mitad del bosque, al menos nos podríamos defender.

Al llegar, Yefri se tumbó en el sofá de la sala de estar y cerró los ojos.

—Espero que todo salga bien—murmuró.

Me senté en una silla mirando el reloj que estaba en la pared. Faltaban cinco minutos para que fuesen las siete de la noche. El sol se había escondido y por ahora todo parecía tranquilo.

—Cinco minutos—señaló el reloj, sentándose a un lado.

—Cinco minutos—repetí.

Eiden y yo mirabamos el reloj, atentos y en alerta.

Y entonces, los cinco minutos se agotaron.

El reloj se detuvo y las luces se apagaron. No había ruído por ningún lado de la casa y nada estaba en movimiento.

—Chicos...—murmuró Yefri desde el sofá—Trato de encender mi celular, pero no funciona.

Eiden se separó de mí para acercarse a Yefri, yo les seguí. Nos acomodamos en el sofá de forma que los tres estabamos al lado del otro.

—¿Escuchan algo?—susurré.

—Nada—me respondieron al unisono.

Maldije en voz baja intentando ver algo, pero la oscuridad era absoluta.

Así permanecimos durante horas, sin noticias de nada, sin poder ver nada y a la defensiva.

Tic, toc. El tiempo de ustedes se acabó...

MIL DEMONIOS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora