Prólogo.

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dieciséis años después.

Alan.

Mamá se encontraba ladrándole ordenes al equipo de fútbol, mientras que Adrien y yo arreglábamos las mesas. Técnicamente ya no íbamos a la escuela, pero como miembros legendarios cada vez que mi amigo y yo le pedíamos ayuda al entrenador, este mandaba al equipo.

– Tanto rosado parece pepto bismol. –dice mi amigo y me rio. – Tu hermana odia este color.

– Lo sé, pero lo hará para que mamá se sienta bien.

Observo a mi hermana menor hablar con sus inseparables amigas, gruño al notar que la niña de papá se encuentra en un pequeño pantalones que si acaso cubre sus piernas. Cualquier baboso puede estar viéndola con lujuria.

Probando mi punto anterior, Cris, uno de los del equipo, se acerca con una sonrisa.

– Hermano, tu hermana luce como un ángel.

Frunzo el ceño. – Mi hermana es un angel. –confirmo.

El moreno se ríe, Adrien a mi lado me mira también con confusión.

– ¿Leah Sprayberry? –el nombre de mi hermana en sus labios suena asqueroso, mi sangre se hierve –Hermano, todo el club de debate se la a tirado. También los del equipo de natación. –se ríe. – No te ofendas, pero tu hermana es una perra.

Cuando estoy a punto de hacerlo tragar sus palabras, una mano tatuada toma su cuello. – ¿Quién mierda eres tú para hablar así de ella?

El chico respira con dificultad, mi confusión aumente cuando observo el rostro de Adrien. Este es mortal, la vena en su cuello está más hinchada que nunca.

– Lo siento. –el rubio aprieta más su agarre.

– En tu vida, vuelves hablar mal de Leah. ¿Me entendiste? –los nudillos de su mano se ponen blancos– Si alguna vez te escucho a ti o a un imbecil hablar mal de ella, juro que arrancare sus pequeñas bolas. ¿Captas?

La víctima asiente y mi amigo lo suelta. Este cae en un golpe sordo, llamando la atención de mi hermana. Esta nos mira con el ceño fruncido, y luego vuelve a centrarse en sus amigas.

Adrien camina hacia el area donde se encuentran las bebidas y saca una cerveza. – ¿Quieres una? –me tiene una lata, pero niego.

– ¿Por qué actuaste así? –cuestiono.

Él se encoge de hombros. – Leah es una dama, nadie debe hablar así de ella.

Me río.

– Adrien, te conozco desde que éramos unos niños. Trágate esa mierda del caballero andante y dime la verdad.

El me mira a los ojos un rato y suspira.

– Ya sabes porque lo hice, lo sabes desde hace años.

Me quedo callado. La mirada de mi amigo se va hacia mi hermana y en ella vea adoración, amor, cariño, respeto. Todo lo que transmitía la mirada de papá cuando veía a mamá.

Adrien estaba enamorado de mi Leah. Mi hermana pequeña, mi pequeño ángel.

– No.

– Sí, lo siento.

Me acerco a él y a pesar que es más alto que yo, le sostengo la mirada. – Olvídate de Leah, no te acerques a ella.

– Alan, no voy a... –lo corto.

– Ambos jugamos con las mujeres, somos unos canallas. Pero si te metes con mi hermana, te juro que te mato. Ella está fuera de los límites, ¿entendido?

– Alan...

– ¿Entendido? –repito.

Adrien sostiene mi mirada, y luego de unos minutos suspira.

– Entendido.

Leah Meets WorldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora