Epílogo

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Un año había pasado desde que Jace encontró aquella nota sobre su almohada. Una carta escrita a mano por Clary, en la que explicaba por qué no recordaría nada del Mundo de las Sombras o del Instituto.
Las cosas habían cambiado notablemente entre los nephilim, que sí recordaban a la pelirroja.

— Señor Cónsul.

Isaac sonrió al ver a Luke y preguntó por su viaje a Brasil, donde Maryse y él habían pasado sus vacaciones.

— Nunca creí que subterráneos y shadowhunters pudieran convivir así. — el rubio sonrió por las palabras de Luke — Todo gracias a ti.

— La Clave ha cambiado. Yo sólo he ayudado.

En el otro extremo de la ciudadela, Magnus atendía las numerosas llamadas solicitando su ayuda. Su atuendo había variado, dejando a un lado la purpurina para dar lugar a las sedas de hada y los chalecos; aunque su perfilado en los ojos no desaparecía.

— ¿Cómo está el Gran brujo de Alacante?

Isaac dejó su maletín de trabajo junto al sofá y le dio un pequeño beso.

— Mejor ahora que estás aquí.

El de ojos de gato lanzó su teléfono hacia uno de los sofás y recibió a su esposo dejando que le preparara una copa. Llevaba todo el día pegado al teléfono y era por aquellos gestos por los que recordaba las palabras de su protegida cuando le dijo que había encontrado a su joyita.

Simon y Maia hablaban sobre el nuevo menú de Jade's Wolf, ahora llamado Takis. La mujer lobo pretendía abrir un restaurante en el que unir a seelies, subterráneos y nephilim mientras que Simon se había dedicado a terminar su novela gráfica bajo el nombre de Ezequiel J. Russo. Ambos recordaban lo mucho que Clary le gustaría aquello.

— Debo irme.

Maia le dio una última sonrisa antes de ver como hacía uso de su súper velocidad vampírica para llegar hasta el Instituto.
Isabelle sonrió al darse cuenta de la comida que había traído y se apresuró para que el diurno no se perdiera su entrenamiento. Jace no tardó en comenzar a practicar su ataque y defensa en cuanto llegó.

— La velocidad no lo es todo.

El rubio rozó la nariz del chico con la barra de madera y lo incitó a que iniciara el ataque. Minutos después, había vuelto a ganarle; aunque su esfuerzo estaba dando frutos.
Simon conocía las escabullidas nocturnas de Jace cada noche para vigilar a Clary, sabiendo que sus recuerdos del Mundo de las Sombras habían desparecido. El rubio rezaba todos los días para que se la devolvieran con la esperanza de que algún día los ángeles recapacitaran.

En el otro extremo del planeta, el mayor de los Lightwood tomaba varias fotografías a la chica Blackwood mientras se adentraba en aquel inmenso mar turquesa. Ella se giró y lo llamó varias veces para que la siguiera.

— ¡Alec!

El azabache se zambulló en el agua, salpicándola en el acto, y buceó hasta quedar a escasos centímetros frente a ella. Aprovechando que emergía, la cargó en brazos para seguir adentrándose en el mar.
Las risas se contagiaban entre ellos y antes de poder darse cuenta, notó los labios del chico sobre los suyos.

— Princesa, ¿estás bien?

Ella asintió aún cargada en brazos, mantenía la cabeza apoyada sobre el hombro y miraba el atardecer frente ellos. El sol se ponía, tornando el cielo en un color anaranjado que se combinaba con el agua. Echaría de menos aquello, siempre recordaría aquella postal de Australia.
Tendría que pasar algún tiempo hasta volver.

— ¿Segura?

Thalia dejó escapar el aire antes de reincorporarse. Los ojos de Alec la examinaban con curiosidad intentando averiguar qué rondaba por su cabeza.
Antes de que pudiera insistir más, habló:

— Estoy embarazada.

Los labios del chico quedaron entreabiertos por la sorpresa, pero poco a poco se fue dibujando una sonrisa. Alec apretó su agarre y dejó numerosos besos por su rostro mientras hacía preguntas.

— ¿Desde cuándo...? Espera, ¿por eso no has bebido en las últimas dos semanas? — ella asintió — Pero si sólo...

El mayor de los Lightwood hizo cálculos mentales. Llevaban tres semanas en Australia y sólo hacía dos que no probaba los cócteles, por lo que se había quedado embarazada allí.

— Vas a ser una madre genial, vamos a ser unos padres estupendos.

Thalia unió sus labios al escuchar su última frase. Una pequeña imagen llegó a su cabeza de aquella vez que sacó el tema de formar una familia mientras cuidaban de Madzie, y una tierna sonrisa se dibujó en sus labios al recordar como Alec se había portado con la pequeña.
En cuanto sus pies rozaron la arena blanca, volvió a donde sus cosas descansaban tirando del brazo de su esposo. El mayor de los Lightwood tomó su teléfono y sacó una fotografía de ambos, dando la noticia a todos sus amigos en Nueva York.

Una exposición de arte se celebraba cerca del Instituto, donde Clary exponía sus obras abstractas.
Jace se mantenía apoyado en una de las columnas observándola, rezando para que algún día recordara quien era, cuando un mensaje llegó a su móvil. Una foto de Alec en la que se les veía sobre la arena de una playa, aunque lo que llamó su atención fue la noticia que la seguía. No podía creerse lo que estaba leyendo. Iba a ser tío.
La chica Fairchild se le quedó mirando fijamente y lo siguió al ver como huía de ella.

— ¡Oye, espera! — la voz de la pelirroja lo hizo detenerse — ¿Te conozco?

Él negó sabiendo que si contestaba, se opondría a la voluntad de los ángeles y dificultaría más cualquier posibilidad de recuperarla.

— Sí, si te conozco... Eres Jace.

Una sonrisa se formó en el rostro de ambos. La chica se presentó como si nunca se hubieran visto y preguntó por los tatuajes en su cuello. El rubio permitió que ella los tocara, como si una extraña corriente lo empujara a hacerlo.
La sonrisa de la pelirroja se amplió al notar los trazos. Decenas de imágenes la invadieron, decenas de recuerdos apartados, todos aquellos momentos que habían pasado juntos y aquellos amigos a los que llevaba tiempo sin ver.

Todo comenzaba a cobrar sentido.

𝐅𝐈𝐑𝐄 𝐌𝐄𝐄𝐓𝐒 𝐅𝐀𝐓𝐄 || Alec Lightwood ➰Donde viven las historias. Descúbrelo ahora