Capítulo III: Promesa

15 2 0
                                    

El día del recordatorio a Luciano Cuellar en el aeroclub había nacido un nuevo héroe. Raúl Veliz.

El joven de unos veintiocho años había sido aplaudido por todos, e incluso fotografiado, poblando los diarios online y las páginas de facebook. Entre tanta alharaca, Raúl se había comprometido a buscar a Ramiro para enseñarle a nadar.

Obviamente el hombre jamás pensó en cumplir esa promesa, sin embargo, no imaginó que aquel chico se mudaría tan cerca de su casa, a unos cuantos kilómetros, fácilmente transitables en moto, auto, caballo o caminando. Pero cuando se percató de esta situación, y pese a no tener verdaderas intenciones de cumplir con su palabra, se le calló la cara de vergüenza, al encontrar a la madre del chico en el negocio del pueblo.

-Señora. ¿Cómo está? –Raúl la recordaba de cuando se acercó a la orilla de aquella pileta y abrazó al muchacho. -¿Cómo anda su hijo? ¿No se volvió a meter en lios?

Marta lo saludó estrechándole el codo pues tenía las manos con sus bolsas ecológicas llenas de productos. –Mi hijo. O sea Ramiro, está bien. En la escuela. Sale al medio día.

-¡qué bueno! –dijo el chico contento. –dele saludos de mi parte.

-Con los saludos no hará nada. –respondió la mujer empleando su artillería irónica más pesada.

Raúl la miró sin entender. Prácticamente los ojos se le habían puesto redondos y había quedado con la boca abierta por la sorprendente respuesta de aquella.

-digo... con los saludos el chico no hace nada. Usted le prometió que le enseñaría a nadar.

Raúl se sonrojó, tragó un poco de saliva y no supo qué decir.

Marta sonrió y luego hizo saber al hombre que se trataba de una broma. Que ella sabía de sus ocupaciones y que en todo caso, jamás le pediría hacer algo de lo que él no tenía obligación alguna. Sin embargo, la mujer no pudo evitar reflexionar acerca de la necesidad de su Ramiro de aprender a manejarse en el agua y que le serían útiles unos shorts de baño.

Luego de eso, el muchacho de ojos cándidos y sonrisa franca, y la mujer con cara de madre, se despidieron y cada uno siguió con lo suyo.

Raúl, mientras ordenaba con su empleado y mejor amigo, Néstor, la carga de su negocio, no podía dejar de pensar en el rostro pálido, azulino de aquel ciego, ese día que lo trajo de regreso de quién sabe de qué lugar, al salvarlo de la muerte.

-¿Te pasa algo? –Preguntó Néstor.

-¿Te importa terminar de ordenar a vos toda la carga? –preguntó Raúl, sin escuchar la respuesta, tomando su jeep rojo y saliendo a toda marcha.

-Vine a cumplir mi promesa. –dijo Raúl, presentándose intempestivamente en la casa de Marta.

La mujer sonrió sorprendida, mientras estaba terminando de calentar la comida cocinada la noche anterior.

Ramiro salió de su cuarto, diciendo que ya había ordenado las cosas de la escuela como ella le había enseñado. Obviamente, sin ignorar la presencia del visitante.

-¿quién llegó mamá?

-Hijo. Te vinieron a buscar. –dijo Marta, acompañando la oración de una especie de suspiro provocado por la duda de cómo Ramiro tomaría las cosas. Pues a su pesar, con ese chico, por más amor que le tuviera, jamás se sabía cuál sería su reacción.

-Hola Ramiro. –saludó Raúl. -¿Te acordás de mí?

-Claro que me acuerdo. –dijo el ciego, cuya voz había cambiado de tono, sonando conmovida. –por vos es que no me morí ese día. Jamás lo olvidaría. Te debo la vida.

En las llamas del deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora