Estaba don Adalberto Veliz sentado en su viejo escritorio.
El hombre miraba a los lados observándolo todo. De pronto, quién lo hubiera visto, creería que era la primera vez que él estaba en contacto con todo aquello.
Pero Joaquín, que lo conocía como la palma de su mano, ingresó al recinto y ni bien lo vio, preguntó:
-¿Qué es lo que te pesa hermano mío? ¿La fortuna que se nos escurre como agua entre los dedos o el hecho de saber que hagamos lo que hagamos, al final nada importa?
-¡No me vengas con esas reflexiones baratas que si a mí me pesa todo esto es por tu culpa! –reclamó Adalberto.
-¿Mi culpa? ¿Pero que hice yo ahora? –preguntó Joaquín incrédulo de escuchar aquello.
-Ahora no hiciste nada. Antes sí. Eras el mayor pero renunciaste a todo dejándolo en mi poder. ¿Por qué tuviste que hacerlo?
-Para no estar así, como estás vos ahora. –respondió Joaquín sentándose cómodamente en su lugar. –Yo soy el mayor, pero en apariencia estoy mucho más joven que vos. Y eso es porque bueno... vos eras el favorito de mi papá. Él a mí nunca me quiso. Supongo que porque fui yo el verdadero motivo por el que tuvo que casarse con nuestra madre. En cambio vos... fuiste la luz de sus ojos. Y cuando armó todo esto, lo hizo pensando en tu futuro. Al principio te tuve mucha envidia. Pero cuando vi que su amor te consumía en lugar de fortalecerte, comprendí que no me perdía de nada.
-No sabía que me odiabas tanto. –dijo Adalberto con ironía.
-Me regocijó ver cómo caías en desdicha con cada mal paso que dabas. Pero tuve mi castigo cuando mi mujer y mi hijo fallecieron sin que él haya visto la luz del sol al menos. Al final entendí que los dos podíamos ser igual de desdichados. Después llegaron mis sobrinos, en especial Raúl, y llenó mi vacío.
-Pero supongo que no me hiciste venir para charlar del pasado. –observó Joaquín, tras unos segundos de silencio.
-Claro que te hice venir para algo más. Pero falta todavía que llegue gente al baile.
Al cabo de unos minutos, Filomena entró con dos sirvientas e hizo colocar unas cuantas sillas más en aquel no tan reducido espacio.
La primera silla ya estaba ocupada por Joaquín. La segunda la ocupó Antonio, contratado como abogado personal de Adalberto. Las otras tres sillas las ocuparían eventualmente Raúl, Filomena y Martín.
-¿No hay lugar para mí? –Preguntó Nadia, representando prácticamente el alivio cómico de aquella reunión familiar.
-No pensé que te interesarían estas cuestiones aburridas, pero creo que podría ser de tu competencia. –respondió Adalberto, mandando a Filomena a buscar otra silla.
Una vez estuvieron resueltos los problemas organizativos de la escena, que no se limitaban tan sólo a la silla de la nuera trepadora, sino que también incluían el lugar donde ubicar a Martín, lejos de Raúl, para que no se terminen matando... recién entonces, el anfitrión tomó la palabra:
-Los mandé llamar porque desde que sucedieron algunos eventos desagradables (Adalberto dirigió la mirada a Nadia), esta familia se quebró. Si bien es verdad, durante la existencia de mi esposa Dora...
-¡No te metas con mi vieja! –quiso airarse Martín. Pero no porque le interesase la memoria de Dora, sino porque le incomodaba estar sentado junto a Raúl, y sin tener el control de la situación.
-Te pido por favor Martín que adelgaces un poco. No podés respirar de lo gordo que estás. –respondió el padre.
-¿Pero qué tiene que ver...? –intentó inquirir Martín.
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En las llamas del deseo
Teen FictionEsta es la historia de Ramiro Vega: un joven veinteañero, que tras vivir una experiencia traumática y misteriosa, regresa a la vida, luego de casi morir asesinado en una hoguera. Junto a Marta, su madre adoptiva, Ramiro decide iniciar una nueva vid...