Capítulo VIII: No más "Más fuertes juntos"

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Desde la tarde en que Ramiro había planeado el encuentro con Raúl en la fortaleza de Luciano Cuellar, no había regresado y Marta estaba verdaderamente afligida.

-Mira la hora que es y Ramiro nada que da noticias. Lo intento llamar pero no responde. Y no tengo chance de comunicarme con los Cuellar tampoco. Tengo miedo de que le haya pasado algo.

-¿Pero él es de hacer estas cosas? –inquirió Raúl, un tanto molesto con lo que consideraba una conducta inmadura de parte de Ramiro.

En un principio Marta hubiera dicho que Ramiro no era irresponsable o desconsiderado, pero era consciente de que sólo conocía al chico medio aturdido que se encontró por primera vez en la casa de una periodista. Sin embargo, se le olvidaba de repente que este había tenido una vida anterior que desconocía. Entonces, medio dubitativa y prefiriendo creer que su hijo tenía un motivo válido para estar ausente, respondió:

-No. Ramiro no es de hacer estas cosas. Algo sucedió.

Entonces, Raúl, disimulando una preocupación semejante a la de Marta, la invitó a subirse al Jeep y salir rumbo a La Inmaculada.

Algo sucedió. Algo sucedió. Algo sucedió. Esas palabras de la madre afligida, calaron en lo profundo de la mente de Raúl. Entonces el hombre pidió para sus adentros, que sea lo que sea que haya sucedido, no esté relacionado con la relación sexual que había mantenido hacía un poco menos de veinticuatro horas con Ramiro. Aunque por otro lado, volvía a cuestionarse que hacía dejándose llevar por una historia que no le competía. Ya bastante tenía con lo del galpón, con no poder enfrentar al empleado de su hermano y a su hermano, con el regreso de la mujer que amaba, como para tener que ser también quién tendría que sumergirse en la trama de aquel ciego histérico.

Pero sería a caso que la ceguera o la histeria lo estarían atrayendo, como si fuesen a tener que ver en su vida. Como sea, era momento de volver a la realidad, y es que ya estaban aparcados en frente de la fortaleza.

La curiosidad invadió el ser de Marta al ver que había mucha gente en la fortaleza. Al parecer habría una reunión a la que obviamente no había sido invitada.

Mariana e Ignacio Cuellar, padres del fallecido Luciano, estaban de pie junto a la puerta de entrada, recibiendo a los que se iban sumando. Ella los invitaba a entrar, mientras que el hombre les entregaba a cada uno un papelito.

-Marta. No sabíamos que vendrías. Ramiro nos solicitó que no te llamemos. –dijo Mariana, manteniendo calidez en su voz, aunque estaba sorprendida de ver llegar a su amiga.

-¿Qué es todo esto Mariana? –Marta estaba desconcertada e invadida por un sentimiento parecido al enojo por no ser notificada de aquel encuentro.

-Mejor pasa y velo por vos misma. –respondió Mariana, sintiéndose culpable por no haberla hecho partícipe desde el comienzo.

-¿Nuevo miembro? –preguntó Ignacio con amabilidad, dirigiéndose a Raúl, mientras su esposa ingresaba con su amiga dejándolos atrás.

-No... yo... este... estoy aquí trayendo a doña Marta. –Raúl se sintió incómodo al verse vinculado a aquel lugar.

-Bueno. Si quiere entrar, solo debe golpear. Ya debo cerrar. La reunión comenzará. Comentó el amable señor Cuellar, antes de cerrar la puerta.

Raúl movió la cabeza en forma de asentimiento. Y se giró para marcharse. Pero Ignacio, abriendo la puerta nuevamente, lo alcanzó entregando un papelito que decía golpee solo cinco veces. Esa era una especie de santo y seña que los Cuellar, convertidos en guardianes de aquel lugar, daban a quienes fueran a formar parte de la causa, en los tiempos complicados que estaban viviendo. Claro que Raúl estaba muy lejos de formar parte de toda aquella locura.

En las llamas del deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora