Capítulo XXVI: Eterna noche infame

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La orca estuvo preparada desde antes que la cena hubiera estado servida. Y es que al final del camino, Filomena sabía perfectamente cuál era su destino. Sólo que no esperaba que las cosas se precipitasen de la manera que lo habían hecho.

Pero no tendría que haber sido así. En realidad, es y siempre fue Filomena la que debería haberse casado con Adalberto. Es ella la que habría mandado, pero no como administradora, sino como la señora de la casa, la señora de Veliz. Para eso se había preparado. Para eso tantos años de sacrificio, de aguantar humillaciones y de haber engañado gente, e incluso arrancado vidas.

Tal vez se había apresurado en su intento de matar a Marta. Sin embargo, si alguien decidía sospechar de ella, quizás podría lidiar con las suspicacias y salir ilesa. Al fin y al cabo, ya lo había hecho en tres oportunidades anteriormente. Primero con la monja, después con doña Angélica, y por último con Dora, la esposa de Adalberto y Madre de Martín. Y es que en ninguna de esas tres ocasiones le había tocado dar si quiera una mínima explicación de nada. Es más, había pasado completamente desapercibida, como la mucama invisible e insignificante que siempre había sido.

Aun así, la gris administradora se sentía tonta. Mil y una veces tonta. Tonta por sucumbir ante sus propios deseos. Tonta y descuidada por haberse dejado descubrir por alguien deseando el cuerpo desnudo de su propio hijo. Y que justo ese alguien haya sido la nuera. La perra asquerosa que le robaría los besos, caricias y el sexo del hombre que jamás ella podría haber tenido en su cama, entre sus piernas, entrando y saliendo con lujuria y con lascivia, cometiendo el delito más grande del mundo que era fornicar con la propia madre. Aunque claro, Raúl no había salido de sus entrañas, y Tal vez ya era hora de avanzar en su historia, en su plan, en su vida vacía y absurda. Tal vez, ya era momento de tomar aunque más no sea un trozo de todo aquello que le había sido vedado.

Y es que después de tantos años, de nada le había servido tanto sacrificio, encajándole un hijo a Adalberto, pensando que él podría tomarla como esposa. Pues la señora Dora fue siempre mucho más hábil.

-¿Vos realmente te pensás que por estar esperando un hijo de Adalberto, él me va a dejar a mí para casarse con vos? –Había preguntado la joven y elegante Dora.

-Sí. Él tiene que responder por lo que me hizo. –había reclamado la joven Filomena, con lágrimas en los ojos.

Pero Dora simplemente se había destornillado de la risa.

-¡Resultaste ser de terror sirvientita! Te embarazaste de mi hombre, y encima mataste a la monja tonta. ¿Vos te crees que yo no sé que el té de yuyos que le diste fue para matar al bebé?

-No sé de qué me habla. –se defendió la humilde mucama, aun con los ojos llorosos. Mientras que su patrona la observaba con mezcla de maravilla y horror.

-Conmigo no te hagas la tonta Filomena porque yo seré refinada, pero conozco a las de tu clase. Sos capaz de todo con tal de ser rica verdad. ¿Pensabas matarme a mí en algún momento para quedarte con Adalberto?

-No señora. No diga eso. –Filomena intentaba negar lo innegable.

Pero, contra todo pronóstico, Dora no lucharía por expulsar a Filomena de la casa Veliz. Por el contrario, su decisión fue otra:

-Te vas a quedar Filomena. Porque soy católica y caritativa. Mi marido se hará cargo de tu hijo. Y yo te voy a poner como administradora de los quehaceres domésticos.

-¿Y para que quiere tenerme cerca si dice que soy una asesina? –preguntó Filomena, ya sin lágrimas en los ojos, y mostrando su verdadero rictus.

-Porque quiero tenerte cerca, para poderte vigilar. No confío en vos y sé que sos capaz de cualquier cosa. Estando lejos de aquí, con el bastardo en tu pancita, serías capaz de mandarme matar y después regresar humilde y abnegada. Entonces aquí te recogerían por lástima y muerta yo, te meterías un par de veces en la cama de Adalberto y serías la nueva señora de Veliz.

En las llamas del deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora