Capítulo XX: Es amor

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A penas puso un pie en la terminal de colectivos de la ciudad Inmaculada, Diego Bilbao tomó un taxi para dirigirse a la avenida Mundo unido, donde se encontraba la Fortaleza de la Soledad de Luciano Cuellar.

-Ya estoy en el taxi. -comentaba el no vidente a su grupo de WhatsApp, mientras el auto avanzaba lentamente por las calles de la ciudad.

-¿Viene de lejos? -inquirió el taxista, observando la pequeña maleta de mano que llevaba Diego consigo.

-Del surrrrrrrrrrrrr. -respondió en voz alta y haciendo resonar la r, como era su estilo. Pero, con el corazón que le latía a mil por hora, no añadió ningún otro comentario al respecto.

En otra época, el Diego Bilbao que supo vivir cerca de aquella ciudad, habría sacado cualquier tema de conversación: desde el mal estado del clima, hasta el resultado de los partidos del torneo clausura. Ahora, simplemente se limitaba a escuchar los audios de sus compañeros de batalla. Mientras que el taxista ponía fuerte una canción de agrupación Marilyn. Tema que supo ser un clásico de la música popular antes como cuarteto, pero en versión de cumbia, en aquel auto.

Las noches me traen recuerdos.

De aquel amor que era mío.

Y ahora estando aquí en mi lecho, me doy vueltas y no puedo conciliar el sueño.

Quisiera que estés a mi lado, para demostrarte que no te he olvidado.

Pero la música se calló de golpe, cuando el hombre frenó indicando que habían llegado a destino.

-¡UUUUHHHHHHH! ¡La han hecho pingo a la casa donde venís vos amigo!

Había comentado el conductor del taxi, con tono de risa. El mismo que usan algunos cuando ven un accidente y por más fatal que sea, tal vez por nervios o por desinterés, terminan riendo como invéciles.

Pero Diego no daba entidad al comentario del hombre, que subiendo los vidrios, elevó el volumen de aquella canción en versión cumbia, mientras se sentían estallar los parlantes.

Diego reconocía la entrada: un cenderito hecho de cemento que conectaba la vereda con la galería y la puerta de entrada, atravesando un pequeño jardín con flores que alguna vez puso Mariana Cuellar, pese a la negativa del dueño de casa.

Pero algo era diferente. El hombre no podía ver, pero lo podía sentir. El ermetismo que alguna vez tuvo aquella casa, su intimidad, sus historias... todo aquello ya no existía. Fue profanado. Como cuando alguien entra a un templo sagrado, para quitarle aquello que lo hace tan especial o importante. Eso que volvía única a aquella casa, aquello que la hacía ser una Fortaleza, ya no existía más.

El visitante ingresó recordando la primera vez que Luciano Cuellar lo invitó a conocer aquel gran sueño suyo, su fortaleza de la soledad.

-¡Bienvenido pueblerino a mi fortaleza! -había dicho Luciano colgandose del cuello de Diego. -este será nuestro lugar. Aquí podremos ser felices vos y yo.

Pero cada vez que Luciano había querido ser feliz con Diego, este lo apartaba recordándole que por más sexo que hubiera entre ellos, jamás iban a tener la relación de cuento de adas que Luciano se había inventado.

-Entonces este es como el juego de las escaleras y las serpientes. -había dicho Luciano.

Y es que cada vez que Diego tenía una demostración de cariño para Luciano, por más pequeña que fuera, para este significaba como elevarse hasta el infinito. Asímismo, cada vez que Diego supo recordarle que no existía un vínculo amoroso que los uniera, era como ser mordido por la serpiente, volviendo al inicio del juego.

En las llamas del deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora