Cerrado con llave, Raúl se quedó desnudo en la habitación, sabiendo que Filomena no intentaría entrar.
El hombre, de piel blanca, con el torso y los brazos sobre todo, tostados por el sol, detuvo un momento sus pensamientos de todas las cosas que sucedían en su vida, para recordar a la mujer que lo calentaba, y a la vez lo hacía sentir algo parecido al amor. Y pensar que ella estaba tan cerca, en la casa grande, viviendo la vida de señora, rodeada de lujos y comodidades, pero no junto a él, sino al lado de su hermano.
Raúl siempre había elegido lo simple de la vida, el trabajo duro, y la recompensa de disfrutar de aquello que implicó sacrificio conseguir. Como cuando se compró el camioncito. Si bien don Adalberto lo ayudó, también el tío Joaquín, pero trabajó de sol a sol para devolver lo que no era suyo.
Pero Nadín era tan diferente, ella era una mujer de mundo. Tal vez, si él hubiera elegido las opulencias, si le hubiera hecho caso a Filomena cuando le decía que luchase por ser más que el bastardo... tal vez ellos estarían casados, tal vez ella no lo habría rechazado jamás.
En la casa grande, Nadia abría las maletas, mientras la muchacha del servicio acomodaba una bandeja con comida en una mesita.
La mujer, llevaba un vestido rosa, con un escote sencillo, pero que insinuaba bien la femineidad de sus pechos. Y todos sus vestidos eran parecidos.
La sirvienta, no pudo evitar mirar la ropa y los accesorios, y Nadia, volviendo a la realidad, pues estaba abstraída en sus pensamientos, preguntó:
-¿Qué mirás?
-La ropa. Es linda. –dijo la sirvienta, con la sencillez de las campesinas estereotipadas.
-sí. –respondió Nadia secamente. –si ya terminaste con eso, podés retirarte. Cuando termine la comida, hago sonar la campana para que retires la bandeja.
La sirvienta salió y al instante volvió a entrar seguida de Martín, que ordenó retirar la comida.
-La señora no comerá. No tiene apetito.
-Pero le acabo de... -quiso decir la sirvienta.
-Un cuestionamiento más, y le juro por Dios que mañana va a estar buscando trabajo.
-Tiene razón mi marido. –dijo Nadia sumisa. –no tengo ganas de comer. De todas maneras, gracias por insistirme para que probara bocado.
Con esa actitud, que podría calificarse de noble, Nadia estaba intentando que Martín no la agarrase con la chica.
Una vez el matrimonio hubo quedado solo, la mujer dijo con un entusiasmo que pronto se borraría:
-Estuve pensando en los cambios que haré a esta habitación. Pienso que las paredes azul cielo son anticuadas, yo preferiría un color más clarito, me tendría que fijar en la paleta de colores de la pinturería. Porque después de los colores se viene el cambio de cortinas, también el tema de las sábanas, o sea, estas son finísimas, pero tienen un olor como encierro. Y la cama... quiero cambiar la cama. Estos barrotes de la cabecera me resultan tétricos. Yo quiero algo de madera, que resulte más acogedor...
Y así, la señora de Veliz se pasó algunos minutos monologando, pues Martín sólo se limitó a observar cómo se movían esos labios que, según él, solo proferían palabras vacías y sin sentido.
-¿Qué opinas de los cambios que quiero hacer? –preguntó la esposa con una sonrisa.
A Martín le hubiera gustado decirle que esa habitación no se tocaba, que el azul era el color favorito de Dora, que la cama era la cama de Dora, y que todo quedaría tal cual lo dejó Dora. Sin embargo, ya habría mucho tiempo, prácticamente toda la vida, para que Nadia lo descubriese. Y es que, en ese momento, él, como marido tenía una idea mejor de cómo adornar esa habitación.
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En las llamas del deseo
Teen FictionEsta es la historia de Ramiro Vega: un joven veinteañero, que tras vivir una experiencia traumática y misteriosa, regresa a la vida, luego de casi morir asesinado en una hoguera. Junto a Marta, su madre adoptiva, Ramiro decide iniciar una nueva vid...