Capítulo XXIV: Castigo a la hipocresía

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Mañana de julio. El receso invernal estaba a solo un par de días. Y la escuela secundaria 04 se preparaba para su primer muestra pedagógica semestral. Cada curso prepararía una temática. Y la que había elegido el sexto año se relacionaba con la inclusión de todos los seres humanos. La idea de los chicos al final distaba mucho de la muestra tiflológica propuesta inicialmente. Pero sería una sorpresa para toda la comunidad educativa. Al menos así lo tenían planeado.

El director de la escuela, un hombre alto, robusto y con poco pelo en la cabeza, caminaba por el gran patio observando el trabajo de sus alumnos y de los profesores. El espacio destinado al sexto, había sido cubierto con telas blancas que impedían contacto visual entre lo que se estaba preparando y el resto de la escuela. De hecho Pablo, uno de los alumnos, estaba apostado en la entrada del rincón, para evitar que cualquier persona ajena al proyecto pudiera ingresar; aunque se tratase del director.

Siendo más descriptivos, se diría que en la 04 se vivía un verdadero clima de festejo.

Esa misma mañana, pero en el Pueblo Grande, se encontraba Diego Bilbao, de pie junto al poste que señalaba la parada de los colectivos. Estaba vestido con ropa negra y un gran abrigo que lo cubría hasta las rodillas. Aun así se frotaba las manos y de su boca salía humo cada vez que exhalaba el aire que respiraba.

"Sal solcito y caliéntame un poquito" canturreaba Diego en su mente, mientras esperaba a una vieja amiga de su pasado.

-Tonta Lizbeth. ¿Cuándo mierda llegarás? –renegaba el no vidente en voz alta, arrepentido de no haber indicado mejor a la muchacha la ubicación de su casa. De esa manera él podría estar desayunando un mate caliente, al abrigo de la chimenea. Y no cagado de frío.

Lizbeth Lejeoune, en cambio estaba de lo más reconfortada en aquel taxi con calefacción. Pero ese regreso, ese reencuentro con una parte de su historia pasada, no era como lo había imaginado. Su idea inicial era que todos los integrantes de Más Fuertes Juntos se reunieran en la Fortaleza de Luciano Cuellar. No obstante, a último minuto se decidió que directamente el encuentro se produciría en la casa de Diego Bilbao.

-No entiendo hija por qué no nos juntamos en la fortaleza. –hablaba Liz con su pequeña Elleb que ya estaba cercana a cumplir su primer año.

-¿Qué me dijo? –preguntó el taxista.

-No. Nada. –respondió la chica con una amable sonrisa. –en realidad vengo hablando con mi hijita.

-Es linda la gorda. Con esos rulos. –comentó el conductor, intentando ser amable, y más que todo para romper el hielo del invierno que se colaba por algún rincón del auto.

Pero Liz, fastidiada porque no era ese su recorrido, no pudo devolver al hombre la misma amabilidad. Y simplemente se limitó a preguntar:

-¿Estamos lejos todavía?

-Sólo un par de cuadras. –indicó el chofer, entendiendo que la pasajera no tenía ganas de charlar.

Al cabo de uno o dos minutos, Liz estuvo descendiendo del taxi, con Elleb cargada en el brazo izquierdo, un bastón blanco en la mano derecha, y su bolso rosado de maternidad, colgando del hombro opuesto a su bebé.

-¿Diego? –preguntó Liz, intentando encontrar en aquel frío espacio a su anfitrión.

-Aquí estoy Lizbeth. –respondió Diego, haciendo sonidos con el bastón contra el suelo de asfalto.

-Es raro todo esto. –comentó la muchacha, mientras intentaba cubrir a Elleb.

-Yo diría que dejemos la charla y los saludos para cuando lleguemos a mi casa. –indicó Diego, emprendiendo la marcha sin demasiadas cortesías.

En las llamas del deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora