La noche no era extraordinaria. No había luna llena, tampoco las estrellas brillaban en el firmamento, cual farolillos encendidos decorando un escenario. Todo lo contrario... era una noche como cada noche, común y corriente, en medio de la nada.
Había neblina, pero no por la helada del invierno, sino por el humo de la quema de la caña de azúcar, que permanecía en el ambiente. Esto hizo que la atmósfera se tornase un poco asfixiante y vaporosa, pero al mismo tiempo, permitió a los amantes, gozar con sus cuerpos desnudos por completo, sin correr el riesgo de morir congelados.
Era una relación imposible, pero no porque hubiese grandes obstáculos que derribar, esto no era como en esas novelas de romance en las que los amantes son separados por rígidas estructuras sociales o inquebrantables sistemas de pensamientos. No... esto era mucho más simple, se trataba de una decisión que Nadia debía tomar. Entonces, Raúl preguntó mientras se ponía la ropa:
-¿En serio te gusta que hagamos el amor en medio de este monte muerto?
-No. –respondió Nadia, mientras se intentaba enganchar el corpiño, con las manos temblorosas.
Raúl colaboró con la dificultad de su mujer, mientras esta añadió:
-No nos queda otra. No me gusta ir a la casa de la bruja.
-Esa bruja es tu madre. –señaló Raúl, intentando que ella fuese más respetuosa con aquella misteriosa mujer.
-¿No te parece que estamos muy alejados, como para venir a perder el tiempo hablando de mi santa madre? –comentó Nadia, colgándose del cuello de su hombre, besándolo dulcemente en los labios.
-Tenés razón. –dijo el hombre, rodeando con sus brazos la delgada cintura de su mujer, atrayendo su cuerpo contra el de él, intentando abrigarla, demostrándole su profundo amor.
Obviamente, el crepúsculo no les permitía contemplar sus miradas enamoradas, pues la noche era oscura. Sin embargo, las caricias y las palabras, podrían mediar para que pudieran transmitirse aquello que con la mirada no se podían comunicar.
-Te amo. –dijo él.
Más la mujer guardó silencio, aferrándose a su hombre, apoyando su cabeza en su fuerte pectoral.
De pronto, una risa pícara de la dama, los trajo de nuevo a la tierra, a aquel monte muerto, o monte de muerte, pues eran las tierras del viejo cementerio.
-¿De qué te reís? –preguntó Raúl.
-Es que... -la mujer se iría riendo cada vez más descontroladamente a medida que fuese comentando la historia... -hace un par de días... -y así, entre risa y risa, Nadia comentó con Raúl sobre su encuentro con Ramiro, y la proposición que le había hecho.
-Al final, resulta que si no fuera que yo sé que vos sos bien macho, me tendría que preocupar de tener un rival como ese chiquito ciego que está enamorado de vos. –comentó Nadia con toda la gracia del mundo.
Pero Raúl no le veía el chiste, para él, la historia de Ramiro, sus sentimientos, no eran motivo de burla. Nunca lo fueron en realidad. Y en verdad, se sintió molesto por la actitud impertinente de la mujer que amaba.
No obstante, esa noche, los amantes no discutieron. Raúl supo demostrarle una vez más a Nadia, antes de regresar a sus realidades separados, todo lo macho que podía llegar a ser. Pero al momento de volver a la intimidad de su cuarto, se recostó en su cama, con la ropa sucia de hierba y tierra. Pero, en lugar de pensar en su Nadín, en su mujer, en la persona dueña de su corazón, su mente viajó donde Ramiro: ¿Cómo estaría él? ¿Lo habría herido mucho Nadia con esa propuesta absurda?
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En las llamas del deseo
Teen FictionEsta es la historia de Ramiro Vega: un joven veinteañero, que tras vivir una experiencia traumática y misteriosa, regresa a la vida, luego de casi morir asesinado en una hoguera. Junto a Marta, su madre adoptiva, Ramiro decide iniciar una nueva vid...