Capítulo XVII: Renuncia

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En la madrugada, Farfán entró a la cabaña de Filomena por pedido de esta.

El sirviente encontró a su señora dormida incómodamente en una silla. Y miró a la administradora con ojos de incredulidad.

-No hagas ninguna pregunta. –dijo Filomena con gélida expresión. –ya me aseguré de que todos están dormidos en la casa grande. Llévatela y tírala por ahí, en algún sofá de la entrada.

El hombre, delgado pero fuerte, se limitó a tomar a Nadia entre sus brazos y con cuidado, la cargó y se la llevó hasta el sillón de la entrada.

Una vez la damita estuvo posada en aquel cómodo lugar, su sirviente estuvo por dejarla sola, no obstante, una voz lo detuvo:

-No la dejes ahí. Se congelará. Deberías llevarla a la pieza.

Eran Joaquín y Adalberto. Ambos hermanos estaban despiertos.

-Somos los dueños de la casa Farfán. Y aunque les parezcamos viejos decrépitos, tenemos más años que ustedes. –Comentó Adalberto divertido.

-Viejo serás vos. Yo me mantengo joven. –respondió Joaquín con una sonrisa.

El muchacho, asustado intentó explicarse, más fue silenciado. Nadie debía saber que los dueños estaban al tanto de los juegos de Filomena y Nadia. Por último, los señores sabían que Martín no se despertaría hasta el otro día a las ocho o nueve.

Al día siguiente, Nadia despertó alrededor de media mañana. Pues su marido corrió las cortinas de la ventana dejando que los rayos del sol ingresasen por completo despertándola violentamente con su brillo molesto.

-Raúl. ¿Qué pasó? Nos quedamos dormidos. Ya es de día.

Martín, de pie junto a la cama, observaba a su esposa fijamente.

-Ya ni en dormida disimulas que te sigues revolcando con mi hermano el bastardo. –dijo el marido lleno de resentimiento.

Costó que Nadia se despabilase, pero cuando estuvo situada en tiempo y espacio, Martín le dijo:

-Date un baño. Te esperamos en el escritorio.

En el escritorio estaban Adalberto, Joaquín y Antonio, esperando por Martín.

-¿Estás seguro de lo que vas a hacer? –preguntó Joaquín.

-Sí tío. –respondió Martín con relativa mansedumbre una vez que se hizo presente con su padre, su tío y su representante legal.

-Hijo. –dijo Adalberto: -créeme que no hay nadie en este mundo que quiera tu felicidad y bien estar más que yo.

Sucede que aquella mañana Martín, pese a estar con muchos kilos de más, había decidido volver a usar su estilo de ropa, anterior a su casamiento.

-Nos gusta que puedas mejorar. –añadió Joaquín.

-Aquí me tienen. –dijo Nadia entrando al escritorio con el pelo recogido en un rodete, una blusa blanca y unos jeans gastados.

-Nadia. Te citamos aquí porque queremos hablar con vos. –dijo Joaquín.

En aquel momento la mente de la mujercita estaba embotada todavía por el efecto del té de la noche anterior. La cabeza le pesaba, a la vez que le daba vueltas. Las voces de los cuatro hombres que tenía en frente, le sonaban lejanas y con eco. Aun así, escuchó mencionar las palabras divorcio y común acuerdo.

-Queremos Nadia que tengas la tranquilidad de que no quedarás desamparada. La familia está en condiciones de ofrecerte una tierra para que puedas administrarla vos. –explicaba Antonio con voz conciliadora.

En las llamas del deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora