Raúl había terminado de derramar su blanquecino cúmulo de esperma, que junto con el agua caliente de la ducha, se fue a perder por el resumidero. Y como si aquel vestuario de peones fuese un bunker preparado para refugiarse de los desastres, el hombre ignoraba por completo lo que sucedía a su alrededor. Aun así, en alguna parte de su pecho, él pudo sentir una sensación como de vacío que le revolvió las entrañas. Casi como un anuncio de lo malo, lo que era inevitable. Tal vez sería su destino con una mujer que alguna vez había amado, pero que ahora debería tomar como esposa en cumplimiento a la obligación moral que significaba para él tener un hijo.
Y es que en el siglo veintiuno, le dirían sus amigos, ya no es necesario casarse para cumplir con su obligación parental. Sin embargo, Raúl sabía lo que era crecer con un padre responsable pero ausente, viendo desde la vidriera lo que su hermano Martín tenía siendo miembro de la familia tradicional.
-Tener una familia con papá y mamá es como estar en la vidriera de una juguetería viendo aquel tractorcito con motor que jamás podré tener. –había dicho alguna vez un Raúl preadolescente, a su padre Adalberto, que aun tenía facciones de hombre saludable.
Raúl, un par de días después de aquella charla, había llegado a tener aquel tractorcito. No obstante, seguía del otro lado de la vidriera deseando una familia. Y obviamente, el Raúl que sería padre, no querría que su bebé Lucas corriera con la misma suerte.
De manera que lo mejor que podía hacer era apagar el fuego de deseo que le despertaba su reciente experiencia con Ramiro, tratando de convencerse a sí mismo de que el amor no era para siempre y llegado el momento lo dejaría de amar.
Fuera de los vestuarios Filomena sujetaba a Nadia con fuerza del brazo, impidiéndole escapar.
-¡Soltame Filomena! ¡Me haces doler!
-No te voy a soltar hasta que no te calmes y podamos hablar nuerita. –decía Filomena con un siseo como de serpiente.
-Raúl se va a enterar que estás loca. –advertía la rubia, intentando zafarse de los dedos como garras de la lúgubre sirvienta.
-Más te vale que te quedes callada.
-¿Pasa algo? –preguntó Farfán, que estaba por allí cerca, arreglando el viejo fálcon verde.
-No te metas Farfán. –ordenó Filomena.
No obstante la lealtad del chofer estaba con Nadia y no le fue muy difícil revelarse ante la autoridad de su empleadora.
-Me voy a meter Filomena porque usted le está haciendo daño a la señora. Suéltela. No me obligue a ser violento con usted.
Farfán pudo lograr que la administradora soltase a la joven. Y lo hizo con tan solo una mirada de advertencia, sin tener que acudir a la violencia.
-Ella ya no es la señora de la casa. –señaló Filomena, intentando amedrentar al chofer.
Pero Farfán hizo caso omiso de la gris mujer, y tomando del otro brazo a la joven rubia, le ofreció su servicio.
Y es que Nadia ya no era la misma de los días en que llegó como esposa y señora de la casa. Ahora estaba más sensible, tal vez por el embarazo. Y un terrible temor le revolvía las entrañas desde que había podido presenciar la perversión de la que sería su suegra. Algo tan fuerte y tan oscuro que le decía que lo mejor era estar lejos de aquella casa, aunque eso significase estar lejos de Raúl.
-Quiero ir a la Fortaleza de la soledad. Farfán por favor. Llévame a la fortaleza.
Tal vez en aquella casa destrozada por el odio, la futura mamá encontraría un poco de paz. Pues aunque ese lugar era blanco de personas tan oscuras como la noche, tenía una luz que difícilmente lograría extinguirse.
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En las llamas del deseo
Teen FictionEsta es la historia de Ramiro Vega: un joven veinteañero, que tras vivir una experiencia traumática y misteriosa, regresa a la vida, luego de casi morir asesinado en una hoguera. Junto a Marta, su madre adoptiva, Ramiro decide iniciar una nueva vid...