Prólogo

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Estaba sentado sobre el banco de madera vieja y de color café oscuro, no le importó el hecho de que el banco estuviera en un mal estado, si recargaba todo su peso en el se caería al piso, llamando la atención de todos esos ebrios. Apretó más el tarro de ron que tiene en su mano, era el tercero o quizá el quinto tarro de ron que bebe.

La música resonaba en sus oídos, era molestaba y ruidosa. A sus espaldas estaban bailando hombres y mujeres, bailaban muy alegremente disfrutando de la noche o ¿era de día? Estaba perdido, de eso no hay duda. Oía los gritos a sus espaldas, no los soportaba. Las mujeres estaban de gritonas y excitadas, quizá se debía a los nuevos piratas que habían llegado al puerto.

«Novatos» fue lo que pensó al ver llegar a todos esos jóvenes que jugaban ser piratas, robar y matar a sangre fría sin pensarlo dos veces.

Hay veces en las que él extraña navegar.

Desearía volver a sentir la brisas marina sobre su rostro, alborotando todos los mechones de su cabello largo, porque claro, él alguna vez uso su cabello largo.

Navegar o ser un pirata había quedado en el pasado. Hace algunos años — no recuerda con exactitud — que no ponía ni un solo dedo dentro del mar, solamente se dedicaba de ir a la orilla de las grandes murallas que estaban en el puerto de Ligea y observar el bello mar en el que alguna vez vivió por muchos años.

Tenía una hermosa familia ahora, pero antes de decirle adiós por siempre al mar, llevó a su pequeña hija a un viaje que duro solamente tres días. Regresó a casa y juró nunca más volver a estar sobre un barco, navegando, robando a todo barco enemigo que se le pusiera a su lado.

Los piratas novatos que habían llegado al puerto hace apenas una horas, eran solo unos jóvenes ruidosos, bebían sin poder evitar soltar un sonido de su boca, apostaban todo el oro que habían robado de algún barco mercader o simplemente de un barco donde abordaba un príncipe. No eran más que estúpidos e idiotas.

A su lado se sentó un joven que venía con esos piratas, a simple vista se veía muy débil y que muy apenas podía cuidar de su propia vida, seguramente no tardaría mucho en morir. La camisa blanca que tenía puesta estaba toda sucia y rasgada, pudo ver una severa mancha de sangre sobre ella. Su pantalón negro de tela vieja no eran la gran cosa al igual que las botas de piel que tenía sobre sus pies.

No le tomó mucha importancia.

—Deberías volver a casa, Clio.

—Aún es pronto para volver.

El joven lo miró con atención, como si estuviera esperando a que Clio armara todo escándelo con el otro viejo que servía ron. Clio no era mucho de armar alborotos, era más bien pacifico.

—Tu esposa y tus hijas te esperan en casa — perecía querer echarlo de inmediato —, no hagas esto más difícil y ve a casa.

—En un momento me iré, Erin. Pero te aseguro que no volveré a este lugar, escuché que sirven mejor ron en un lugar no muy lejos de aquí.

—¿Y qué estás haciendo aquí, si es que en otro lugar sirven mejor ron?— el viejo Erin siempre hacía todo lo posible para mandar a sus clientes a casa, con tal de que no siguieran bebiendo tan tarde.

—Eres marinero — la voz del joven llegó a sus oídos.

—Lo era.

—¿Por qué se retiró?

—El océano dejó de ser un lugar para mi.

—¿Lo es para alguien?

Clio frunció el ceño.

—Mira, mocoso — se giró bruscamente hacia él —, el océano lo era todo para mi, era mi hogar, quería morir en el barco donde siempre navegaba. Pero un día simplemente dejó de ser todo para mi, dejó de importarme todos esos litros de agua dulce y salada.

El joven le dio una cara de vergüenza.

—Eres joven, mocoso. No desperdicies tu vida jugando a ser un sucio pirata.

El muchacho bajó la mirada, no era la primera vez que le decían eso, que ser un pirata implicaba estar desperdiciando tu vida, ser un pirata implica ser perseguido por la ley, la cual no era tan temible gracias a su mala fama por ser vencidos por los piratas.

—Me gusta su tatuaje — señaló el brazo de Clio —, siempre he querido hacerme uno, pero aun no sé en qué parte del cuerpo.

Miró con suma atención su brazo, alzando la manga de su camisa para que el tatuaje tuviera mejor visibilidad.

—Hay un gran significado detrás de este tatuaje.

—¿Cuál es?— se apresuró en preguntar —, lo siento, suelo hacer muchas preguntas.

Soltó una risa.

—¿Has escuchado la historia del capitán Neider?

—No sé mucho de historias o leyendas del mar, seguro ustedes podrá contármela.

—Lo haré.

Clio se tomó el último trago de ron que estaba en su tarro.

—El capitán Neider — pronunciarlo en voz alta hacía que se le erizara la piel —. Era el pirata más conocido por todo el océano, incluso en los puertos hablaban mucho de él.

—¿Era?

Clio miró mal al joven por haberlo interrumpido mientras hablaban. El joven se sonrojó y bajo su mirada.

—Se dice que todas las noches soñaba con una sirena; ojos azules como el mismo océano, cabello castaño y lacio, y una hermosa cola dorada como el mismo oro.

—¿Amor prohibido?— lo interrumpió, de nuevo.

—Su mano derecha le comentó sobre una cueva que tenía por nombre Korífy; se dice que esa cueva es la entrada hacia el reino de las sirenas y tritones. Neider aceptó ir hasta esa cueva solamente para averiguar si todo lo que decían era verdad o una simplemente mentira sucia de un sucio pirata. Descubrió algo en esa cueva.

—¿Una sirena que intentó matarlo? ¿Se enamoró de ella?

—Encontró un tritón.

—¿Un tritón?

—Ojos azules como el mar y una cola dorada como el oro.

El joven abrió ligeramente su boca.

—No podía creer lo que sus ojos veían, muchos dicen que en ese momento estuvo a punto de reírse porque parecía una ilusión. El capitán vio al tritón y el tritón vio al capitán, el pequeño tritón trató de atacar al capitán pero se detuvo de inmediato.

—Así que se detuvo — murmuró —, algo raro de ellos. He escuchado que los tritones suelen ser agresivos.

—Lo son.

—¿Que pasó después?

—¿Tú qué piensas que pasó?

—Se enamoraron.

—Sí, lo hicieron — murmuró, para después soltar un suspiro demasiado largo.

—Estoy pensando en hacerme ese tatuaje, será mejor que me cuente esa historia para que valga la pena mi cuerpo lleno de tinta.

—Está bien mocoso.

—Floyd, mi nombre es Floyd.

—Como sea — extendió el tarro hacia el viejo que lo miraba con mala cara —. Danos otro tarro lleno de ron, estaremos aquí por unas horas. Floyd, prepárate para esta historia.

—Me estoy preparando — tomó un trago de ron —. Procura empezar desde el inicio, esta vez no haré ninguna pregunta.

Asintió.

—Erase una vez un pirata y un tritón que se enamoraron, pero su historia no tuvo un final feliz.

Okeánia Agápi | Segunda versión Donde viven las historias. Descúbrelo ahora