6 - Sólo quiero estar con ella

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Ana, la mejor amiga de Carol, pasó a buscarla con su flamante coche a la salida del restaurante, al finalizar su cita con Luisita. Sí, aquella comida había sido una cita en toda regla, aunque ninguna de las dos se hubiera dado cuenta de ello.

La joven no podía apartar los ojos de aquel espléndido coche ni de la mujer que lo conducía.
¿Quién sería en la vida de Amelia? Parecían amigas, muy cercanas. ¿También la visitaría el domingo? ¿Eso significaba que no estarían a solas ? Decidió no pensar más en ello y se fue andando de vuelta al trabajo.

Ana acompañó a Carol a casa de Silvia y Quintero donde la morena sabía que se iba a encontrar a los que aún eran sus suegros. Sobre todo temía enfrentarse a Devoción, la madre de Hugo y a la que conocía desde que era una niña. Aquella prepotente mujer nunca la había considerado digna de su hijo y siempre había intentado desmerecerla en todo lo posible. Así que no, no tenía ganas de asistir a aquella estúpida fiesta ni de enfrentarse a la gente de la que estaba intentando huir, al igual que estaba huyendo de su infeliz matrimonio.

-Imagino la cara que pondrá la madre de Hugo cuando me vea vestida así. -Preciosa como iba vestida, preciosa de verdad. Con un elegante vestido negro, muy ajustado, muy corto, muy escotado... y ella estaba glamurosa, sexy, atrevida... Todo lo que ella no debía ser a los ojos de su suegra. -debería pasar por casa a cambiarme. Quizá no debería ni presentarme.

-¡No seas boba! -contestó Ana -Para que me echen a mi la culpa, mejor ponle al mal tiempo buena cara. ¿Me vas hablar de ella?

-¿De quién?

-De Luisita, bien lo sabes.

-Me devolvió los guantes...

-¿Y no tienes nada más que contarme?

Carol se encogió de hombros y suspiró profundamente. Se mantuvo en silencio el resto del viaje mirando a través de la ventanilla.

-¡Maldita sea, mi polvera, no la encuentro!

-Ni falta que te hace. Estás perfecta.

-Entra conmigo sólo un momento.

-¡Ah, no! No empieces, tú eres la que canceló nuestra cita, cielo.

-Lo sé, lo sé. Ya voy, ya voy. Gracias por traerme.

-Llámame luego, cariño. Estaré esperando. Tristemente, no tengo planes para un viernes noche.

Carol entró en la gran casa y empezó a hacer aquello que tan poco deseaba, relacionarse con el mundo. Tuvo que aguantar las banales conversaciones de Doña Gertrudis, su suegra, y sus amigas. Tuvo que poner buena cara ante los compañeros de trabajo de Hugo y sus esposas, tuvo que sonreír de cara a la galería mientras fingía que todo iba a las mil maravillas, mientras intentaba que su vida no se desmoronara del todo. Lo único que le daba una esperanza de futuro era aquella chica que había conocido en los almacenes. La dulce Luisita, ella era un atisbo de luz en su oscuro camino.

Y poco pensaba ella que lo peor aún estaba por llegar. Hugo le pidió que bailaran juntos, que bailaran ante toda esa panda de cacatúas, señoras con maridos enmudecidos por el paso de los años a su lado. De todos ellos sólo se libraban Silvia, Quintero, Ignacio y su novia María, a la que sólo había visto en un par de ocasiones, cuando habían ido a tomar una copa a un club que regentaba en el centro de Madrid llamado King's.

Así que salieron a bailar al medio del salón de aquella inmensa casa, bajo la atenta mirada de la Gertru y todo su séquito. Hugo la tomó por la cintura para juntar sus cuerpos todo lo posible.

-Siempre eres la mujer más bella de la sala.

-Díselo a tu madre que no para de mirarnos.-Carol no pudo decir otra cosa ante aquella incomodidad.

Carol, una historia Luimelia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora