22 - Dos en la carretera

2K 104 39
                                    

Luisita llevaba una hora despierta aquella mañana cuando Amelia despertó. Aquella hora la había pasado admirando los lunares de su espalda, pasando suavemente las yemas de sus dedos sobre ellos y jugando a unir los puntos. Trazaba constelaciones imaginarias entre ellos y se había enamorado de ese universo. De vez en cuando se acercaba un poco a ella, lo justo para poder sentir el dulce y cálido aroma que desprendía, un aroma que para ella ya era como estar en casa.

El suave contacto de los dedos de Luisita hacía que, de vez en cuando, la morena fuera volviendo a la realidad. Pero cada vez que abría un ojo lo volvía a cerrar ante las caricias de su chica, y se dejaba transportar de nuevo al mundo de los sueños.

Amelia había puesto el despertador con la intención de que no se quedasen dormidas esa mañana y no salieran excesivamente tarde de casa. Cuando Luisita lo oyó colocó rápidamente la cabeza sobre la almohada, intentando disimular sus acciones hasta el momento.

Amelia apagó la alarma y lo primero que hizo fue alargar su brazo hasta el lado de la cama donde dormía Luisita. La rubia, al sentir el contacto, acarició su mano a la vez que le daba los buenos días. Amelia, sin moverse de su posición, empezó a desperezarse.

-Pensaba que me despertarías de otra manera esta mañana. Quizá con un beso, con una caricia... quizá esperaba encontrarte abrazada a mí al despertar.

-¡Amelia! ¿Pero qué dices? Si nos hemos pasado la noche abrazadas, respirando nuestros alientos y con las piernas entrelazadas. Jamás había dormido así de bien. Sólo que me he levantado para ir al baño y no he querido despertarte.

-¡Ja, ja, ja! Pues yo estaba soñando que alguien me acariciaba la espalda suavemente. Sentía una corriente eléctrica entre esas manos y mi propio ser. De vez en cuando también sentía un cálido aliento cerca de mí. Era un sueño tan real que hasta podía sentir su embriagador olor.

-¿Cómo dices?

-¿Estás celosa? No puedes estar celosa de ti misma, cariño. Te piensas que no me he dado cuenta de tus caricias, tontorrona. Ven aquí a darme un beso.

Se acercaron la una a la otra, se miraron muy tiernamente a los ojos, pero con toda la intensidad de la noche pasada. Las dos a la vez fueron a agarrar la cara de la otra, para que el primer beso del día ya fuera uno de los más intensos. Llevaban unas horas sin besarse y sus bocas tenían mucha sed la una de la otra.

-¡Vaya banquete nos dimos anoche! -recordó Amelia entusiasmada.

-Pero si no comimos tanto. -respondió Luisita extrañada.

-No me entiendes, Luisita. Me refiero al postre.

-¿El postre? ¡Ah, el postre! El banquete fue maravilloso, y lo mejor de todo fue el postre. La verdad es que jamás pensé que pudiera llegar a comer tan bien. -Por fin la rubia entendió de qué estaban hablando y respondió un tanto ruborizada, pero libre de toda vergüenza.

-Y yo no sabía que mi chica comía tan bien. Si lo hubiera sabido la hubiera llevado antes de banquete.

Amelia le dio un beso rápido a Luisita y salió de la cama, completamente desnuda, en dirección a la ducha. Cuando llegó al límite de la habitación, se dio la vuelta para lanzarle un beso más a la rubia. En aquel momento vio como la estaba mirando, y se dio cuenta de que aquello no le pasaba solamente a ella.

-Luisita, cariño, si me sigues mirando así no me voy a ir a la ducha y nos vamos a salir de viaje. ¡Guapa, más que guapa! -le dijo antes de salir de la habitación.

Luisita no sabía dónde meterse. ¿Cómo podía seguir dándole vergüenza que la llamara guapa después de lo que habían experimentado juntas? Se tumbó de nuevo en la cama, se tapó la cabeza con la almohada y gritó todo lo fuerte que necesitaba.

Carol, una historia Luimelia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora