25 - Pedraza III

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Luisita despertó aquella mañana con un dulce aroma colándose por su nariz. Aún medio dormida, movió su naricita inspirando profundamente, intentando adivinar qué era y de dónde venía esa maravilla de aroma. No creía poder dar con la respuesta, pero era el olor más apetecible que había percibido en su vida y sólo tenía ganas de devorar la fuente del mismo.

No era el aroma esperado aún en la cama en una mañana de escapada romántica, como lo sería el del café y tostadas. Era mucho mejor y seguro que aún más apetecible. Bueno, es que resulta que tampoco estaba en la cama.

Luisita empezó a despertar, primero abrió medio ojo o un ojo a medias. Como lo vio todo oscuro decidió abrir el ojo del todo, pero siguió sin ver nada en concreto. No tenía ganas de despertar, pero la curiosidad le podía, así que decidió abrir los dos ojos a la vez. O se había quedado ciega de la sobredosis de amor de anoche (no, eso sólo pasa con el azúcar) o estaba demasiado cerca para apreciar lo que tenía delante. Seguramente sería la segunda opción, así que se retiró un poco de su cómoda almohada, sólo unos centímetros para poder tener una mejor perspectiva. En ese momento, si la sobredosis de amor de anoche no lo había matado, lo haría el despertar más maravilloso del mundo que acababa de tener. Sí, había despertado entre las piernas de su chica, con la cara bien hundida en la intimidad de Amelia. Ahora entendía lo de aquel dulce aroma.

En esos momentos Luisita se veía envuelta el mejor dilema de su vida; despertar a su chica para después disfrutar de ella o disfrutar de ella directamente, despertándola de una manera diferente a la habitual.

Se tomó su tiempo, al fin y al cabo no había ninguna prisa. Amelia seguía durmiendo, tumbada sobre las mantas, frente a la chimenea que ya sólo albergaba brasas a esas horas de la mañana. Aquel fuego se había ido apagando cuando ellas cayeron rendidas la una en brazos de la otra. Mejor dicho, Luisita entre las piernas de Amelia.

Decidió quedarse un rato en aquella posición disfrutando de las vistas, del aroma, de la suavidad de lo que la envolvía y de la ternura de la situación.

Dedicó ese rato a poner sus ideas en orden. Ponerlas en orden consistía en aceptar que realmente estaba en la situación en la que estaba, por difícil que fuera de creer. Hay gente a la que le toca la lotería, a ella le había tocado algo mejor, había encontrado al amor de mi vida.

Le faltaba ese punto para poder disfrutar de la nueva situación, le faltaba acabar de creérselo. Ese rato, junto a la parte más íntima e intensa de su chica, le había bastado para ser consciente de su nueva realidad, para aceptar todo lo que el destino le había deparado. Ahora que lo tenía, sólo debía concentrarse en cuidarlo para que jamás se le escapara de entre de las manos.

Luisita inspiró una vez más aquel maravilloso aroma, soltó un profundo suspiro, tomó posiciones y se acercó a la intimidad de Amelia. Ese acercamiento fue muy lento, dejando suaves caricias con la nariz sobre el vello de su chica, al igual que solían hacer entre beso y beso, disfrutando de cada instante.

Comenzó a besar suavemente, sin prisa pero cada vez con más necesidad, la suavidad de la entrepierna de Amelia. Como aquel primer beso que se dieron ya hace unos días, el contacto empezó extremadamente suave para ir aumentando su intensidad.

Llegó un momento en que, por muy profundamente dormida que estuviera Amelia, su cuerpo empezó a reaccionar ante el tacto de Luisita. La humedad de la morena se hizo presente sin haber abierto esta aún los ojos. Luisita grabada en su retina y en su memoria aquella estampa tan deliciosa, nunca pensó que existiera una imagen así, nunca soñó con verse envuelta en una situación como aquella. Sencillamente nunca imaginó que una situación como aquella pudiera llegar a darse. No sabía lo que se perdía.

Carol, una historia Luimelia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora