40 - Almas viejas (parte II)

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Un vestido negro, de noche, cubierto de apliques de encaje floral y lentejuelas como estrellas, con un pronunciado escote en V, que dejaba entrever más de lo que a Amelia le gustaría compartir con el mundo, estaba siendo el absoluto protagonista del momento.

De hecho, más que el vestido, la estrella de la función estaba siendo el escote que lucía Luisita, justamente la zona que no cubría aquel maravilloso vestido.

La tersa piel, que parecía haber atrapado los rayos de luna y haber palidecido bajo sus mágicos destellos, en aquel momento completamente humedecida y brillante como si un río de plata se tratara, debido a los besos y lametones que cierta morena insistía en repetir una y otra vez, desde los tiernos lóbulos de las orejas de la rubia hasta pocos centímetros al norte de sus erectos pezones.

Las mariposas revoloteaban tanto en sus estómagos, que forman huracanes que empujaban una especie de puñales que atravesaban sus corazones. Seguro que aquella sensación tenía un nombre, aunque ellas jamás hubieran escuchado hablar de aquel sentimiento.

Amelia seguía tratando de llevar aquel río de plata hasta donde debía unirse con la verdadera humedad de Luisita, susurrándole que la amaba y que nunca habría nadie más tocando su corazón.

-Lo siento, no te oigo. Mi corazón late demasiado fuerte. -jadeó Luisita.

Amelia detuvo sus besos por un momento, acarició con ternura la tez de la joven y repitió aquellas palabras no una, sino dos veces. Dos veces para que le quedaran bien claras.

Amelia había tomado el control de aquella situación y Luisita no iba a hacer nada para detenerla. En aquel momento quería ser sumisa, dejarse hacer, permitirse sentir y, sobretodo, dejar que Amelia le siguiera demostrando como eran los besos de verdad.

-Si mis pezones pudieran hablar reclamarían tus labios como suyos.

Amelia entendió aquellas palabras a la perfección y, mientras con mucho cuidado iba bajando aquel suave encaje para descubrir poco a poco los pechos de la rubia, cerró los ojos para gozarla en toda su intensidad, para disfrutar de aquellos sonidos de humedad.

Cuando las hábiles manos de Amelia consiguieron dejar totalmente al descubierto aquellos pechos que suplicaban su inmediata atención, abrió los ojos y buscó la mirada de su rubia, encontrándose con una Luisita jadeante, casi descontrolada, con los labios entre abiertos y grabes signos de placer en su expresión.

De la boca de la actriz salían gemidos de satisfacción al ver lo que estaba consiguiendo con sus besos. Siguió con aquella tarea, para la cual había nacido, empapando de amor aquellos senos que ya formaban parte de ella, que encajaban a la perfección en todas las partes de su cuerpo en las que había intentado acunarlos.

Amelia se detuvo momentáneamente. Tras pocos segundos, Luisita reclamó la atención que había dejado de recibir su cuerpo, fijando su enojada mirada en los tremendos ojos de su morena, cuales parecían no tener fin.

-Mis ojos no mintieron cuando te prometieron amor. -dijo Amelia respirando el aliento de Luisita y su mirada se oscureció aún más, tanto que Luisita temió no ser capaz de poder complacer tanto deseo.

Los ojos de Amelia desconectaron de los de Luisita por unos instantes, centrando su atención en algo que en aquel momento le pareció de lo más interesante.

Aquellos pasadizos estaban llenos de argollas donde esposaban a prisioneros durante la guerra. Aquellos túneles habían servido para mucho más que para rápidas huidas, una vez todos sus usuarios fueron hechos prisioneros por las fuerzas afines al régimen.

Luisita no sabía si estaba muerta de miedo o de ganas por la anticipación por lo imaginaba que se venía. Observaba como Amelia examinaba aquellas argollas con una expresión de cara de lo más pícara.

Carol, una historia Luimelia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora