54 - La vida de Amelia

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Habitación del Parador de Plasencia,
31 de diciembre de 2020 17h

-Te tomé las medidas mientras dormías. Saqué una cinta de medir que siempre llevo conmigo, llámalo deformación profesional, y te las tomé. Posé mis ojos y mis manos sobre cada centímetro de tu cuerpo y apunté tus dimensiones. -Luisita quedó boquiabierta.

-¡Amelia, por favor, qué vergüenza! -Luisita no sabía si el atrevimiento de la morena le producía más júbilo o pudor. Realmente le hubiera gustado ver aquella escena, pero ella dormía.

Las dos se perdieron en los ojos de la otra. Luisita, imaginado a Amelia recorriendo todo su cuerpo con sus dejos y su mirada. Amelia, pensando en su vida, en algunos de los acontecimientos que la habían llevado hasta ese momento. Un momento perfecto, un momento que quería repetir todos los días de su vida junto a su amada Luisita. El rubor de la joven la hacía feliz, adoraba esa parte inocente de la rubia, necesitaba seguir disfrutando de esa faceta ingenua de su chica, la necesitaba cada día, para poder seguir viviendo.

Amelia estaba perdidamente enamorada de Luisita.

Hugo y todos los otros hombres que intentaron ir tras Amelia a lo largo de los años, también muchísimas mujeres, e incluso Sara, ninguno de ellos ni ninguna de ellas llegó a significar nada para Amelia, no así.

Sara, aquella pelirroja que estudió en Salamanca con Amelia, a parte de Ana, había sido la única mujer recurrente en la vida de la actriz. La historia de Sara no es interesante de contar, aunque seguramente aparezcan detalles de ella que serán necesarios para poder definir quién es la Amelia de hoy en día. La historia de Sara, sí, porque Amelia y Sara nunca han tenido una historia en común, al menos no una historia romántica. Lo único relevante de contar sobre Sara es que, a lo largo de los años, en varias ocasiones, sus acciones han estado a punto de hacer que Luisita y Amelia no se conocieran.

Ana, la otra pelirroja, había estado siempre al lado de Amelia, habían sido las mejores amigas, y aún lo eran, tanto que se consideraban familia, aunque Hugo no la soportara, aunque Hugo no soportara ningún tipo de relación entre su mujer y aquella persona que, según él, la llevaba a un mundo de depravación.

Hugo conocía perfectamente los gustos de su mujer, los conocía incluso antes de casarse con ella. Es de suponer que le era más fácil culpar a la pelirroja de las inclinaciones sexuales de Amelia, que no pensar que había cometido el error de su vida casándose con una mujer que jamás podría corresponderle. Así que decidió pensar que las inclinaciones de Ana, inclinaban también a Amelia a tener sentimientos que él consideraba impuros. Impuros porque no eran hacia él. Por él sentía asco y hastío. No siempre sus sentimientos hacia ese hombre fueron tan desagradables. Hubo un tiempo en el que hasta la joven Amelia pensó que podría llegar a enamorarse de él. Era un chico bien posicionado, con estudios, encantador, amable, educado y parecía estar realmente enamorado de ella. Años más tarde, se dio cuenta de que de lo que realmente estaba enamorado Hugo era de la idea de la perfecta esposa. Y Amelia daba el pego, en ella todo eran virtudes y belleza.

Es normal, y más a lo largo de tantos años, que dos mujeres que se quieren, se entienden, se protegen y se admiran, dos mujeres muy atractivas que sienten mucho cariño la una por la otra y con los mismos deseos carnales, acaben involucradas sexualmente, aunque sea de forma esporádica. A través de los años, estas dos mujeres habían compartido todo tipo de emociones y habían sido un paño de lágrimas la una para la otra. Se habían necesitado y siempre se habían encontrado. Aquello era auténtico amor, pero no del romántico. Eran amigas que de vez en cuando apagaban su fuego la una en la otra, cubrían necesidades básicas que, en el caso de Amelia, no podía satisfacer dentro del matrimonio. Era más sencillo recurrir a una compañera que a un ligue de una noche. Por su parte, Ana, estaba más que encantada de ayudar a Amelia a sentirse más plena, a que se desahogara de vez en cuando, a mostrarle todo su cariño y, de paso, pasar un buen rato junto a su gran amiga. Pero no había nada más profundo. Sólo era sexo y cariño de amigas.

Carol, una historia Luimelia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora