23 - Pedraza

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La noche ya había caído al llegar a Pedraza, aunque no eran más de las 6 de la tarde. Luisita dormía plácidamente con la cabeza apoyada en la ventanilla. Amelia aparcó el coche en el parking del parador de turismo y se quedó admirando a Luisita un buen rato. Aquella imagen le daba paz, y precisamente paz es lo que había venido a buscar en aquel viaje.

No quería despertarla, no quería dejar de verla dormir, de verla descansar, se la veía feliz. Ella también necesitaba dormir y descansar de aquella manera y, sobre todo, ser así de feliz. Pero a más rato estuviera mirándola menos rato podría estar disfrutando de sus besos.

Se moría de ganas de que Luisita viera la fabulosa habitación que había reservado. No faltaban las fresas, el champán y las vistas a la nieve. Iba a hacer de aquellos 3 días con sus noches una experiencia inolvidable para las dos. La noche del día siguiente iba a convertirse en la más romántica de todas. Iba a conseguir que Luisita jamás olvidara aquella noche de luna llena. Sería su primera noche de luna llena juntas y quería ver qué efecto ejercía en Luisita. Poco a poco, esperaba poder descubrir el efecto de todas las fases lunares sobre su chica.

Como estarían cansadas del viaje, para esta primera noche tenía planeado algo tranquilo, aunque muy importante para que su relación de pareja se afianzara. Algo que sería un preludio digno de la noche que les esperaba mañana.

Empezó a dejarle a Luisita suaves caricias en la cara, en el pelo y en el cuello. Pero la joven no hacía más que acomodarse sobre aquella mano que la acariciaba, profundizando así su sueño que parecía ser muy placentero. Amelia se acercó, inspiró todo su aroma y se dejó llevar por aquel perfume que la transportaba a otro mundo. Suspiró profundamente y decidió que era hora de traerla de vuelta a la tierra, donde tampoco se estaba mal, siempre y cuando estuvieran juntas.

Dejó un tierno beso en sus sabios, y otro, y otro más. Luisita empezó a pasar la punta de la lengua por sus propios labios llegando a rozar los de Amelia. En ese momento, probablemente aún dormida, la joven entró en el juego y empezó a mover sus labios contra los de Amelia. En algún momento de aquel beso Luisita despertó del todo, pero ninguna de las dos supo el momento exacto.

Cada vez profundizaban más el beso, y cuando Amelia sintió la necesidad de respirar hondo debido a los nervios y esperanzas que albergaba por aquella noche, se dirigió al cuello de la rubia donde pudo seguir besando su piel a la vez que llenaba sus pulmones de aire.

Los dedos de Luisita empezaron a enredarse en el pelo de Amelia y sus gemidos empezaron a encontrar salida a través de su garganta. Amelia, al darse cuenta de lo caliente que se estaba poniendo la situación, intentó retirarse un poco pero las manos de Luisita se lo impidieron. Una hacía presión en la parte posterior de su cabeza y la otra la apretaba hacia sí por la parte baja de la espalda.

-Amelia, no pares. Ni se te ocurra. -susurró Luisita con la respiración entrecortada.

-Cariño, ya estamos en Pedraza. Tenemos una maravillosa suite esperándonos.

-Es que yo quiero hacerlo aquí, en el coche, me excita la idea.

-Y a mí me excitas tú. Te prometo que si quieres hacerlo en el coche no te vas a quedar con las ganas, pero ahora vamos que las fresas y el champán que te prometí nos esperan.

Salieron del coche entre besos y arrumacos, cogieron sus maletas y las arrastraron hasta la recepción de aquel maravilloso lugar. Oyéndose tan sólo en el camino el roce de la ruedas contra el suelo y el de sus corazones a mil por hora.

Un joven extremadamente amable les dio la bienvenida y las acompañó hasta su suite. Al abrir la puerta, Luisita corrió directamente hacia las puertas de la terraza, saliendo a ella mientras daba vueltas sobre sí misma con los brazos abiertos y sus ojos puestos en la luna, casi llena aquella noche. Una preciosa terraza iluminada con unas pequeñas lucecitas que creaban un ambiente de lo más romántico. Las vistas deberían ser espectaculares, ya las descubriría a la mañana siguiente. Ahora las únicas vistas que quería disfrutar eran las de su morena.

Carol, una historia Luimelia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora