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Livia no se había presentado al almuerzo ese medio día y sabía que su rebeldía le costaría el reproche de la reina; sin embargo, consideró que tenía cosas más importantes de las cuales ocuparse que solo sentarse derecha a sonreír amablemente a sus dos invitados.

No había tenido un drama particular por la cual le molestara la presencia de ambos en el castillo hasta que su hermano le había mencionado la buena fe de su madre en la joven Liana, depositando en ella la confianza del reino. Eso la había molestado de sobremanera y mentiría si no dijese que se sentía traicionada por su familia. Livia había trabajado duro cada día de su vida solo para ser como su padre, solo para hacer de ella la reina más implacable que Inglaterra hubiera conocido. Y ahora tendría que conformarse con lo que la reina dispusiera de ella, aceptando un matrimonio a ciegas y una condena de por vida. No podía permitirlo. Lucharía hasta el cansancio por impedirlo o al menos, por postergarlo lo más que pudiera.

Se encontraba en la biblioteca leyendo atentamente viejos volúmenes que tuvieran alguna pista de que antes de la generación Blackthorn, hubiera otras reinas que hayan gobernado por sí mismas, que hubieran renunciado a una vida cómoda y ausente para poder reinar. Era su escondite secreto, su propio lugar solitario donde los libros la abrazaban y la consolaban con sus palabras. Tal vez era la esperanza en ellos lo que la salvaba cada día.

Oyó un ruido suave a unos pocos pasos de la estantería donde ella estaba sentada en el suelo. Rodó los ojos y suspiró con cansancio sabiendo perfectamente de quien se trataba. Sin levantar la vista de su libro, le habló.

-Que descaro de espiar a la princesa en su momento de privacidad.- Hubo silencio. Livia bajó el libro con fastidio.- Sal ya, Roy.

El joven salió de detrás de la estantería acomodando su cabello rojizo y mordiendo su labio con evidente pena. Ella le dio una mirada severa de castigo, odiaba que la invadieran en los pocos momentos donde su madre no estaba sobre ella para abordarla en clases estúpidas de etiqueta. Roy se acercó un poco y tocó el mango de su espada en un reflejo nervioso y sin autoconciencia.

-Le ofrezco una disculpa de mis más sinceras emociones. No pretendía ofenderla o...

-O acosarme- completó ella-. Se supone que nadie debe saber que estoy aquí, asi que siéntate y guarda silencio.

Roy pareció emocionado de ser invitado de estar a su lado. Se sentó a una distancia de la princesa y cruzó las piernas en cruz mirándola atentamente. Livia sentía algo cálido en su pecho cuando sonreía. Tenia una curvatura perfecta, la comisura izquierda se remarcaba levemente más que la derecha, sus ojos verdes eran más brillozos y le provocaban que sus esquinas se fruncieran tiernamente. Le daba un malestar inconcebible, no podía permitirse distraerse por alguien.

Al cabo de un momento donde casi que no pudo concentrarse en su lectura bajo la presencia del soldado, él se cansó del silencio y volvió a hablar.

-¿Puede decirme qué hace aquí, mi dama?

-Leo. Creo que eso es obvio. Es una biblioteca. Silencio.

-No está leyendo los volúmenes que compartió conmigo el otro día.

-Solo te leí para que te callaras.- Él sonrió más.

-Pues hablaré más seguido si ese es el caso. Su compañía es un verdadero placer, y le aseguro que nadie jamás que haya conocido tiene la oratoria que usted posee, mi dama.

Livia pudo sentirse enrojecer y escondió de inmediato el rostro en su libro en un movimiento casual. Las palabras de Roy eran suaves y su voz hipnótica para ella pero no necesitaba que le dijera palabras hermosas o que buscara hacerla sentir bien. Sabía que él estaba allí solo por una cosa, que su madre de seguro estaba detrás de todo esto, y que si bajaba la guardia al menos un segundo, iba a perder la guerra interna que tenia con la reina.

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